Querido
Gonzalo, he leído la novela y la he releído, como lo hizo tu prologuista, para
"albergarla para siempre". La primera vez lo hice en forma pausada,
morosa, para no precipitarme en el recorrido; la segunda vez en forma más bien
caótica, como buscando otras entradas, nuevas claves que se me hubieran pasado
por alto, saltando de aquí para allá.
Pero,
en realidad, el libro tiene una sencilla contundencia, sin vueltas. No hay una
presunción intelectual, ni el florilegio autocomplaciente de un artefacto
literario para la seducción de lectores adormecidos. Es, en cambio, un libro
que pesa, en su aparente parquedad y brevedad; un libro que pesa en el alma,
como el átomo de un elemento desconocido y descomunal que hace difícil
sostenerlo entre las manos, al menos con un compromiso visceral con el
derrotero del protagonista.
No
sé cómo podrá leérselo en Buenos Aires, Madrid o Estocolmo, con las mismas
referencias del telón de fondo histórico que puedo tener también yo, pero sin
referencias biográficas del autor. No quiero decir que sean imprescindibles,
pero, aún siendo pocas, quienes guarden, como yo, aunque más no sean
fragmentarias imágenes familiares de aquellos años, se sentirán atravesados, de
lado a lado, sin escapatoria, excepto que abandonen la lectura.
Una
vez que la historia se presenta, de modo trágico, más o menos por los caminos
conocidos del horror dictatorial a través de la primera referencia de la
pesadilla del torturador, puede parecer, en la superficie, un libro más sobre
la época. Pero, a poco de dar vuelta unas cuantas páginas, empieza a emerger
algo distinto, algo hecho al mismo tiempo de crudeza y de sobriedad que
sostiene el relato como un cuerpo francamente vivo y genuino. Yo mismo, en los
años en que ni se hablaba de juicios y la sensación de impunidad parecía
definitiva, necesité exorcizar el terror en un relato (sobre el reencuentro
casual de un torturador con su víctima). Pero no dejaba de ser un artificio
literario, una inocentada onanista, como mucho, y poco más. Lo tuyo es otra
cosa.
No
importa cuánto una ficción pueda impregnarse de realidad. No importa en una
narración cualquiera, porque en ésta, al menos para mí, sí que importa, aunque
no sepa en qué medida. Entonces tu novela me llevó a tu poesía y, viceversa,
ésta me devolvió a tu novela. Imposible no transportarse a "Mi
costado", o "El cuerpo". Para colmo de una mayor y temblorosa
impresión de realidad, y por más que el texto ponga cierta distancia (probablemente
gracias al tiempo transcurrido, sin el cual quizá la obra no hubiese
podido ser escrita), está la portada, que no se muestra como la inocente
búsqueda estética de un "arte de tapa", sino como la insinuación (o
revelación) de algo muy parecido al rancho de Braulio (y a Braulio mismo). Y el
lector se queda entonces acojonado, tomado de las solapas.
Y,
te confieso, no resulta fácil entrar a ese rancho, en la parte de la novela en
que todo parecerse detenerse en una bruma, en la lejanía de la alta sierra,
mientras el resto parece acomodarse allá en la ciudad, y todo parece asumir
cierto viso de "normalidad". No es fácil porque la lectura se
convierte en un túnel de tiempo que te lleva de un saque, en un segundo, a la
época aquella. Y uno se termina preguntando qué hacía, dónde carajo estaba,
mientras un tal Braulio, o Pablo, o quien fuese, se debatía en el exilio de la
montaña, en el de un país lejano, o en el exilio definitivo de una tumba
anónima.
Este
libro sí que es un exorcismo, el exorcismo de aquellos demonios, el exorcismo
del hedor de aquel terror, el exorcismo de la repugnante resonancia de ciertos
nombres, apenas insinuados, pero cuyos ecos son inconfundibles y seguirán
rebotando por mucho tiempo en la memoria.
Se
me ocurriría decirte muchas cosas si me detuviera en tal o cual página, pero no
es el momento ahora en que me quedo con lo esencial, en que siento que el libro
me ha regalado la posibilidad de reencontrarme con vos en ese túnel de tiempo,
de reivindicarme en un abrazo a la distancia, abrazo que, afortunadamente,
ocurre hoy en tu libro. Gracias por eso. Gracias por el libro. La emoción de
todo lo escrito (y todo lo vivido) no se ha quedado sola. Este libro ha sido,
Gonzalo, un tala para mi sombra.
Un
abrazo,
Ramiro