VAS
A TENER QUE HABLAR
La vieja casona de la Calle Alabama fue
nuestro 2ª hogar. En ella nos reuníamos, nos encontrábamos. En ella aprendíamos
a conocernos y a hacer más llevadero el exilio con todo lo que ello suponía. En
ella velamos a Norma una ex-presa recién llegada y a el guri más chico de Yiya
muertos en un accidente llegando a las costas de México.
Otoño
del 1977.
Habita
un tiempo efímero y desmesurado.
La
ciudad se adormece.
Una
lluvia tenue persiste en ese lado del mundo:
México.
Un
entramado de silencios viene con el agua. Hay levedad del paisaje y pesadez en el frío.
Pienso
la posibilidad de cierta ingravidez humana ascendiendo con el humo del tabaco, tal
vez el alma 20 veces por día.
Detesto eso.
Los
zapatos se humedecen y las medias que enfrían los pies informan acerca del
tiempo.
Un
tiempo extraño.
La
desesperación se vuelve lluvia. Lluvia
que choca y se estrella sobre los viejos cristales de la casa de Alabama donde
todo es silencio y percepción de muerte.
El
enojo se hace presente y se aloja en los ojos humedecidos y en los restos de un
derrumbe.
La
muerte habita un tiempo desnudo y visible en el aliento pestilente y brutal.
Morir en el exilio.
Deambula
por habitaciones, reconoce rostros, extiende
manos y sus labios rozan las mejillas reconociendo la presencia de perfumes que
se pierden en la vieja casona de Alabama.
En
estos 10000 kilómetros intuye un abismo.
Vas a tener que hablar, dice Julio.
Y
el asentimiento de su rostro es leve e impreciso.
Hubo
momentos de lucidez, en ellos habitaba mundos paralelos donde los pasos se
superponían sobre otros pasos y las camas en que dormía y amaba eran también
las camas de otros cuerpos que dormían y amaban desde otras vidas al mismo
tiempo en universos paralelos, compartiendo el espacio.
Vas a tener que hablar.
¿Y
de qué? se preguntaba mirando el cristal mojado por la lluvia.
Hay
márgenes y siluetas que se extienden contra la pared formas/velos/túnicas que
de un modo modifican la realidad.
Las
estadísticas del exilio eran simples: de tres argentinos, tres cargaban una
ausencia y un desaparecido. Mal presagio.
Por
eso era bueno no juntarse mucho.
Mejor
evitarlo.
Verónica
consigue hablar por teléfono y de esa conversación hubo un solo resultado: el
llanto.
Hay un sendero invisible para transitar
solo.
Uno
tras otro pasamos y al pasar nos miramos.
Aún
no cae e muro de Berlín y la Perestroika no certifica el fracaso de la
burocracia rusa.
Se
combate en las selvas nicaragüenses llevándose a sus mejores amigos y las
ballenas siguen varadas en las playas del mundo
II
Las
horas avanzaban y lastiman.
En
un acto absurdo le guiña un ojo a Verónica que está en la cocina.
Ella
lo mira y sonríe, no hay espacio para otras intenciones.
La
lluvia disminuye su intensidad. Abre la ventana. El cigarrillo lo regresa al
alma donde las ventanas lo predisponen.
-¿Qué
pasa?
-Nada.
Fumo.
Y
cuando estaba por extenderse en una respuesta más larga el rostro de su
interlocutor lo paraliza.
Julio
es un hombre mayor responsable de la casa de Alabama. Un viejo de la resistencia
peronista y una vida dedicada a luchar contra la oligarquía. Tiene el rostro
desencajado.
Vas
a tener que hablar dice insistente, e inmediatamente se esfuma entre los pasillos
como si fuese un fantasma.
Imagina
la vida con música de tango.
“…sobre
el embaldosado húmedo
de
una calle perdida
mi
sombra se pierde
de
estar emputecida…”
Apura
el Coñac con sensación de algo dulce y
quemante en su garganta. Percibe más gente y en esa percepción alivia la
sensación anterior.
Adivina
a Verónica.
Sus
formas dan sentido a la mirada. Son voluptuosas, firmes y alcanzan para encender
la imaginación más allá del rumbo que lo convoca, tiene la imagen de un Julio
hablándole e inmediatamente yéndose de espaldas desencajado.
A
veces las personas no entran en las fotos.
«No
deberían»
Un
pasillo largo, una ventana azul donde
las gotas de lluvia se deslizan sobre el cristal.
Del
pasillo fotografiado descienden las escaleras hacia la sala.
Saluda
e intenta evitar algún cruce extenso de palabras. Delante de él Julio habla y susurra. Todos susurran.
Verónica
viene hacia él.
Después
de mirarla le tiemblan las rodillas.
-«¿Qué
vas a decir?»
-No
sé, responde desilusionado… podría hablar sobre del uso de los destornilladores
para comer fideos y tallarines… pero
ella no está.
Al medio del espacio de la Casa de Alabama dos cajas cerradas. Dos caras ocultas y un mismo gesto.
El
mundo es un murmullo insoportable.
…Qué
la revolución de acá, que la revolución de allá, que cuándo fué, que cómo
sucedió, que la vieron asomada al vidrio, que mejor de esa manera y de esa
forma.
Norma
llega a México unos meses atrás. Detenida sin causa. La dictadura le otorga la
opción de salir del país. Antes que ello sucediera había pasado por distintos
campos de concentración hasta lograr su legalización por aquellas cosas
misteriosas de la vida. Él la recibió ubicándola en una de las casas
disponibles donde la cobijaron con solidaridad y amor. Los que llegaban a México lo hacían con miedo.
Su
meta era conocer el mar.
Cada
paso hacia la puerta era un paso en medio de una frase hiriente desmesurada e inútil, y ella se volvía cada
vez más lejana y el picaporte inalcanzable a la mano que lo buscaba, y finalmente
el espacio se abría y se cerraba detrás, clausurando las voces, las palabras y
los murmullos al aire fresco y libre de una noche lluviosa hacia un cielo que
jamás sería suyo.
Ahogo resentimiento y pena. Se colocan
los ingredientes en una olla se fríen apenas
con algunas fotos viejas saltándolas con
nombres imposibles y cartas no enviadas. Se deja reposar el tiempo necesario
para que duren los vapores y se sirve sobre una mesa vacía y seca.
Lo
arropa el frío.
-¿Qué
haces? pregunta Verónica y cuando su voz
se pega a sus pechos a sus nalgas a su corazón, vuelve a alejarse de la murmuración
interna y la abraza como si nunca la hubiese visto, o como se abrazan los que
se reencuentran después de tanto tiempo.
-¿y…?
-¿
eeehh….? Qué me dice
Y
en ese «qué» la realidad despega como un cohete hacia a región de los deseos
que nuevamente regresan a su base lunar. Nada, dice, y aunque tiene la sensación de otra
derrota, sus labios secos comienzan a caminar uno al lado del otro en silencio.
¿Vos
crees que alguna vez volveremos?
-Y
sí, contesta como si hablara del tiempo -como si supiera lo que es el tiempo-.
Pero no lo sabe.
-¿Y
si los deseos se cumplieran? dice.
-¿Qué?
le contesta.
-Sí,
como que yo soy el actor español y vos Camila y en realidad decidimos que el
que se vaya a la mierda sea la realidad.
-¿No
te entiendo?
-Lo
que quiero es amarte, tenerte por un segundo desnuda en un lugar suave sentirte y estremecerme, pero ella se ha ido, como
siempre lo hace.
En
el vértice que da inicio a la escalera hay un hombre sombrío. Es flaco y aunque no puede ver su rostro lo intuye con
un gesto ausente y frio, como un tanguero de principios de siglo apoyado contra
la pared que da a la pista de baile, sabe que en la cintura guarda un cuchillo
con la memoria de la sangre.
Se siente mirado, nadie se detiene
frente a él, nadie lo mira y sin embargo su sola presencia perfora el aire
gélido de la noche. Frente a él los dos cajones permanecen cerrados. La imaginación no alcanza a conformar la
imagen de los que yacen adentro. Nada los alcanza.
Una
pareja de baile se lanza al espacio entre los féretros, la música reconoce al bandoneón
y la guitarra, como si el baile fuese lo único que sostuviera la realidad. La pareja se desplaza apretando los cuerpos. Ella dispuesta a caerse y levantarse en el
último instante, y él con sus ojos unidos a la mirada de ella. El hombre parece
sacudirse entre la sombras presentes en la sala.
III
Horario
crítico. El recuerdo del negro Hugo en la memoria. Un negro grandote, inteligente
y sensible. Rara mezcla para un ex infante de marina devenido montonero.
¡Negro
de mierda! piensa en voz alta y los que escuchan lo miran creyendo que su
maldición los alcanza. El negro no se aguantó el exilio, ni las oscuras
reuniones, ni le bastó trabajar en la horrorosa transcripción de cuanta
denuncia de tortura saliera merced a los pocos sobrevivientes. No. La
revolución es universal decía, y él lo
miraba sin entender entonces porqué no dejaba de pensar en su país.
Imposible
decía el negro. Ya lo dijo el “Che”, el militante es militante siempre y en
todo lugar y lo justo es justo aquí y en la china, y lo injusto igual y todo
relacionado con todo y su obsesión al menos por esa noche con Verónica tendría
su correlato en todo país en donde existiera una mujer llamada como ella. Algo
así como un efecto masivo.
La
cabeza esta sobre los hombros. Una infinidad de perfumes dan
vueltas en el aire. El embaldosado brilla y el picaporte de la puerta que abre
es de bronce y el colchón en que se recuesta suave y manso como los ojos claros oscuros del
mundo.
El
negro cae en el Salvador, Juanita su
compañera, ya lo había hecho en Nicaragua y para peor viva. Le hubiera dicho al negro, si lo hubiese
buscado, si lo hubiera encontrado, pero
él supo de eso, porque su amor a Juanita no era universal ni internacionalista, era a ella y por eso siguió peleando después en el
Salvador, buscando la salvación final que llegó con su propia muerte la que
buscó desesperadamente en cada combate.
IV
¿Cuántos
países existen en cada país?
V
La
sensación de permanecer afuera es constante. No por lo evidente de ser
exiliados, ex presos, militantes o intelectuales, sino porque antes de todo eso
-de esa historia- ya estaban, percibían
y permanecían en un afuera del mundo sobre un territorio desconocido para la
propia extensión del cuerpo.
Por
primera vez la casa de Alabama se le representaba como un espacio peligroso.
Uno
permanece adentro de algo cuando el vaso de cristal está dado vuelta. Alabama
era eso, en murmullo de voces ausentes que no alcanzaban a entrelazarse en
algún diálogo inclusivo. Fragmentos de cristal.
El
vaso se rompe. Una cortina de vidrios agita el cuerpo con algunos sonidos
propios.
Cuando
la abrazó por última vez sintió felicidad. Estaba seguro que en ella el deseo
de conocer el mar por primera vez se cumpliría. Aunque fue otro mar. Ese mismo
que albergara a tantos cuerpos náufragos diluidos alrededor del mundo.
VII
Sofía
le cuenta una película. Ella también es adolescente como su hermana Verónica. Mientras
le habla de «2001 Odisea del espacio»
él ve lo obvio.
Piensa
que debería existir algún lugar donde se guarden los recuerdos, algo así como un depósito o almacén de
pérdidas, en donde pudiera ir dejando cada uno de ellos.
“Y los monos golpeaban rectángulos
misteriosos”
»¿Dónde
guardo éste?»
Allí,
al lado de mi padre, a la derecha de mi hermano, más allá de mis primos, si, si, próximo a mi amigo Diego, no...
no, más cerca de compañeros secundarios, justo allí al lado del Hugo, del oveja
y de tantos más.
El
hombre sombrío baila detrás de Claudia, contradiciendo su aire de matón de
siglo y de tanguero con movimientos leves y precisos.
VIII
El
aire de Alabama comienza a enrarecerse y si el sol no apareciese sucumbiría
entre las sombras.
Es
la hora del mate, de la extraña infusión que aprendió a querer desde niño y a
compartir entre amigos. El mate era uno de los aspectos centrales del ser argentino,
uruguayo o paraguayo.
¿Estás
celosa?
¿Porqué…?
Y…
porque hablé con tu hermana.
Sos
medio pavo, vos.
Y
minutos después la vio abrazarse a un flaco. Los monos entonces intentaron romper los monolitos…
En
el otro extremo de la casa Julio cabeceaba.
«Vas a tener que hablar»
Cerró
los ojos.
Frente
a él se abría una pradera verde con flores amarillas y entre las mismas veía a
todos, y más allá un mar turquesa se multiplicaba en una superficie
interminable.
A
esas horas los espectros habían disminuido, quizás hubiesen regresado a los
rincones de los que habían salido.
Se
acercó a las dos cajas.
«Equivocamos
el tiempo, el lugar, la gente, el país, nos equivocamos y como lo demandaría la historia luego vivida,
nuestro problema éramos nosotros mismos. Lo que no podía olvidar era la mano de
Diego y la mía, ambas contra el vidrio de los autos, ambas cruzándose por
última vez en sentido opuesto. Uno yéndose del país, otro siendo secuestrado
tiempo después. Su mano contra el vidrio como la suya ahora contra el vidrio de la ventana de
Alabama, dejaba apenas la huella de un adolescente más, sin poder expresar su
potencialidad, ni andar como solía hacerlo al jugar al rugby buscando la
banderita de anotación.
El
mundo se conmueve.
Bajo
sus pies un pedazo de tierra lo sostiene.
Adolescente
en territorio adulto.
Luego,
cambiaría por adulto adolescente.
IX
Tenía que hablar.
Ya
no le importaba demasiado, a decir verdad, trasladaba la frustración con Verónica
a su frustración por escapar.
No
hay lugar. No hay donde y nunca lo habría.
Se
deambula alrededor de la tierra como las hormigas alrededor de la casa. Nada más que eso.
¿Se
despierta?
Y
bastó escuchar esta frase para saber que quién la decía estaba por abordar la
nave. Los viejos monolitos enfurecían a
los monos.
El
cielo tomaba un aspecto más liviano, la claridad ayudaba que de a poco la noche
sepultara las sombras y las personas fueran retomando su aspecto humano.
Verónica
lo buscó con los ojos. El Juego y la
magia habían desaparecido con la noche.
Encendió
el primer cigarrillo de aquel día, caminó lento a través de los pasillos hasta
el comedor sin seguir el círculo necesario que tomaba la gente alrededor de los
féretros.
No
podía dejar de pensarlos dentro.
Las
facciones de sus rostros habían comenzado a deshacerse de la memoria.
¿Cómo
hablar de algo que no está?
«¿De
qué hablamos la mayor parte del tiempo?»
Julio
parecía más viejo que de costumbre.
Hay
personas que envejecen con el día.
No
voy a poder, le dijo. No tengo qué decir.
Lo
miró.
¡Vamos!
no te pido un discurso. Solo un par de palabras que alivien el dolor.
¿Se
puede aliviar cuando estamos atravesados por el? ¿Cómo hago para inventar
palabras?... Si me esperas un par de años… cuando haya distancia seguramente estaré en condiciones.
Si
no lo haces nadie lo hará. Fuiste el último responsable de Norma y como tal….
Estoy
cansado ¿qué explicación se puede dar cuando la muerte se lleva todo, desde
Norma a un niño pequeño por un hijo de puta ebrio?
Así
es el mundo.
Pero
estoy cansado de que todo sea así. El mundo debe ser un poco más compasivo de
lo que es.
No
podía huir, no había donde. El momento se acercaba y conforme eso sucedía intuía
un rostro que se iba contrayendo una y otra vez como las piedras.
Quizás
fuese eso. Decir lo importante acerca de las piedras: que los hombres son como
piedras. Que salvo volar, las piedras hacen cualquier cosa, permanecer
inmóviles a orillas del río, o rodar por la montaña, y que hay más piedras que
estrellas, y que servimos para cazar, para ser instrumentos, que todo sirve
para todo, y todo en estos lejanos lugares es una mierda redonda como el
planeta que también es una piedra.
Con
la claridad las nubes persisten.
Todos
de un modo u otro se mueven impulsados por vaya a saber qué fuerzas extrañas.
Y
hay que estar preparado, izar las velas aprovechando los últimos vientos,
recorrer el horizonte, intuyendo que en cualquier momento una línea pequeña
dibujará una geografía distinta.
¿Quién
sabe?.
Lo
que viene es parte de un gran misterio.
Lo
son las cosas presentes que penden invariablemente de un hilo con una
fragilidad tangible y cierta.
Y
que las cosas que más ansiamos pueden ser siempre las últimas. ¿Pero quién
podrá entender esto? ¿Desde qué lugar del silencio alguien sería capaz de mirar
más allá de las palabras? Si estamos construidos de ellas, y ellas nos cercan
como un ejército en un sitio permanente de sentidos, esperando que nuestra
fortaleza caiga y se precipiten los muros hechos polvo, construidos de humo y
que por un momento sea la desnudez la que reine y sea la humedad próxima y las
lágrimas la que canten.
La
lluvia es fina y persistente.
Se
va hacia las cosas porque ellas demandan múltiples palabras.
«Se
que me estoy despidiendo de ellos: de los inocentes, de los mansos, de los
rebeldes, de los que siempre entrarán a cualquier reino que no sea éste del que
son expulsados; porque ellos ya vieron el mar antes de conocerlo».
«Me
resta esperar la detención final; que bajen dos cajones, uno mayor y otro menor
bajo la superficie de la tierra».
«Y
esperar a que todos se detengan pacientemente sobre mi, para que pueda hablar de ellos, colocando un barquito de
papel sobre la orilla de un mar extraño con sus nombres como tripulantes».
Ahora
si lo sé...
Sé
que voy a hablar cuando la noche termine y se disipe.
Y
hablaré de ellos, de nosotros, de todos...
Gonzalo Vaca Narvaja