05/05/ 20202
¿Dónde nos coloca esta pandemia?
Ya llevamos más de treinta días
de encierro. De esporádicas salidas en función de comprar comida o hacer pagos
urgentes. De entrecortados estados de ánimo, poca atención y períodos de
irritabilidad más allá de los comunes malhumores esporádicos que suelen
aparecernos y que antes considerábamos “naturales”. Llevamos días viendo y
repasando la cifra de muertes, la espera tan temida de la llamada “curva de la
pandemia”, los controles cada vez mayores de la policía en medio de este
silencio que antes buscábamos y que ahora nos resulta perturbador y
angustiante.
Muchos días.
Demasiados.
Todo sucede de manera brutal,
lejos de los afectos, de los amigos, de la familia, de aquel paisaje que la más
de las veces criticábamos y del que nos sentíamos distantes.
Sin ninguna esperanza en el
mediano plazo, pensamos la vida con una fecha de caducidad presente e inmediata
tratando de permanecer cuerdos, con el esfuerzo de mantenernos equilibrados… y
no alcanza.
Leemos, cocinamos, jugamos,
trabajamos, y en nuestro caso que nos toca esta cuarentena con un joven de
veintiún años y otro de once no alcanza. Difícil explicar a cada paso el
contexto y establecer alguna fecha tentativa para salir de esto, cuando “esto”
será un modo de transitar la vida desde nuevas y diferentes circunstancias.
Tampoco podemos sustraernos de las constantes bajas, de la soledad de una
muerte con aviso y de una solitaria despedida a quienes son víctimas de esta
maldita enfermedad que se lleva a los más vulnerables y a nuestros mayores con
trámites rápidos.
La situación se torna
desesperante y hace necesario un giro, una vuelta, una nueva conformación de lo
que somos y de lo que fuimos teniendo en cuenta lo que seremos o lo que
podríamos ser de tener esa posibilidad con nosotros. Es escaso tiempo en que
nos levantamos con la sensación de haberlo hecho innumerables veces y sin
sentido, por el solo hecho de permanecer un poco más sobre la tierra.
¿Permanecer? Me pregunto si esta
palabra en sí misma y en soledad, es capaz de darle sentido a una existencia
clausurada. Sé que es importante permanecer encerrados por aquello de no
propagar la enfermedad “posible” a otros y de ser solidarios. Pero “permanecer”
también y en este contexto es una forma de dejar de ser.
Hace treinta días que dejamos de
relacionarnos con el mundo, que la distancia es un modo de comunicación a
través de instancias virtuales como si miráramos algunas grabaciones perdidas
en el tiempo, como antes mirábamos las fotografías de los que habían partido y
recordábamos. Todos nos decimos o tratamos de decirnos que la situación de
excepcionalidad es pasajera y esperamos que pronto nos sea restituida la
cotidianeidad perdida. Pero lo cierto es que no lo sabemos.
Y esa cotidianeidad a la que
aspiramos volver es la misma que nos ha puesto en este lugar. Porque el sistema
capitalista, es sencillamente un orden en donde las prioridades no son la vida,
ni el goce, ni el disfrute, n la salud sino el de una productividad ajena al
hombre y que lleva a entablar relaciones de sometimiento permanente entre las
disputas de los poderosos, para mantener lo creado y ganar más. Entonces este
aislamiento en el que nos encontramos va tomando otro caris, otra manera de
mirarse. De la angustia de estos días voy pasando a la bronca y a la
indignación de lo establecido.
Ese mundo, ese afuera que extraño,
es tan artificial como este adentro en que me encuentro y entre ambos no hay
nada más que un hilo pequeño en el que nuevamente percibo una falta de
libertad, una desigualdad desmesurada y un sinsentido prolongado.
Gonzalo Vaca Narvaja