lunes, 18 de noviembre de 2019

El beso de mi hijo, del libro Inequidad de la noche, año 2014.




Le han dicho sus amigos
que aquella carta caída de un bolsillo
no fue un juego ni un secreto.
El amor siempre se desborda
y busca en el misterio
rozar aquello que se nombra.

A mi hijo le crecen pájaros

pequeños, de colores,
que habitan un mundo joven.

El primer beso

está acunándose en los sueños,
como una estrella en el universo.
Ya vendrá
fresco y cálido
a sellarse en sus labios,
a perdurar en el tiempo...

¡Ay! el primer beso,

la primera emancipación del cuerpo
la sincera revolución de los sentidos,
la cábala y el alfabeto,
la música y el latido.

¡Ay! el primer beso.




Gonzalo Vaca Narvaja

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Crecer a golpes




El mundo se despliega y se extiende
donde algo se oculta.


Se trata de enlodarse las manos
lejos del jabón blanco y espumoso.
Hincar la carne en espinas agudas y filosas
caerse sobre las heces de un chacal y aparecer allí
donde la vida te hace el cuento
y vos reís. Se trata siempre de hinchar las venas del cuello
gesticular un grito
golpeando como maza
el vientre
de esta ciudad de cemento.
Se trata de no parecer sencillo
ni austero, ni bueno,
sino aquel que muestra sus dientes
para morder la carne
con furia, con hambre, con dignidad.
Arrugar el pliegue, distender la vida
enlazar la sombra
y dejar sobre la mesa
los últimos pañales de la infancia.


Gonzalo Vaca Narvaja

martes, 12 de noviembre de 2019

Habitaciones ocupadas en la calle Roma




II





Me esperaba desnuda

entre las fotos de casada,

sobre la cama de su madre

y los remedios de otro cuerpo.

Me esperaba

con su piel trigueña,

para enseñarme en el aire

a remontar barriletes

y deslizar mis sueños

en la humedad cálida de su vientre.

Me esperaba desnuda cuando su madre iba de compras

al mercado, al mediodía.

Teníamos dos horas

y la eternidad haciéndonos cosquillas.

                                                                 Gonzalo Vaca Narvaja

sábado, 9 de noviembre de 2019

Escrito después de la partida del Sergio Schmucler



sin metáforas

Mirá, me venís rompiendo las bolas hace tiempo.

Yo sé que en algún momento vendrás por mí
y tocarás la puerta irremediablemente.
Quizás te alojes dentro mío señalando los costados del dolor,
las viejas heridas de mi árbol genealógico
con nombres griegos o sefaradíes.
Quizás aparezcas detrás,
en un accidente,
en la calle,
o en el baile,
de susto
de ira
de amargura o de cansancio, no lo sé.
Pero estaré allí
cuando lo decidas.
Cuando me toque.
Me besarás
con tu beso gélido
y te daré una máscara
sin palabras, en silencio.
Quizás me cague, es verdad
y mis músculos se duerman, es preciso
y hasta tenga mal olor, perdón.
Lo sé.
Pero te llevarás mi cuerpo.
No los abrazos que he dado,
los besos que he entregado,
las caricias que no he ahorrado,
la rebeldía que he gritado,
el amor al pueblo.
Porque de eso se trata todo
de vivir a contra mano y corriente arriba.
Algunos llorarán por unos días
otros callaran
muchos no sabrán.
De eso se trata todo.
Ser de un modo y para siempre,
para todos
en este pequeño universo en el que habito.

Te estaré esperando.

No te será fácil.

No.

Te voy a mirar
y te devolveré el beso
que me diste cuando nací.
Porque de esto se trata todo
de ir, de llegar, de estar, y también de despedirse.
¡Pero la mierda que estoy contento!
Tanta vida para  tanto misterio.



Gonzalo Vaca Narvaja

viernes, 8 de noviembre de 2019

Habitaciones ocupadas de la calle Roma



I



Cuando te besé me acerqué a los placeres de Dionisio.
En tu pubis navegamos la tormenta,
donde una y otra vez la persiana marcaba el ritmo
en la cabalgadura extrema de Diana domando el río.
Hubiera repetido la escena hasta el cansancio
…y así me disolví,
sencillo
dócil y sin fuerza.
Me caí al lado de la sombra
tan desnudo de ella
como ella de mi,
con la piel
buscando su carnadura
por las hendijas donde nos espió la vida.




II




Me esperaba desnuda
entre las fotos de casada en la repisa,
sobre la cama de su madre
y los remedios de otro cuerpo.
Me esperaba
con su piel trigueña,
para enseñarme en el aire
a remontar barriletes
y deslizar mis sueños
en la humedad cálida de su vientre.
Me esperaba desnuda cuando su madre iba de compras
al mercado, al mediodía.
Teníamos dos horas
y la eternidad haciéndonos cosquillas.



III





A veces en su auto saciábamos la sed de nuestros días
empañando de susurros los vidrios.
Los cuerpos se lanzaban al encuentro
con la pasión de lo prohibido.
Éramos sin más un silbido
sobre una calle dormida.
Un giro en la esquina
con las balizas encendidas.


IV



Cuando terminaba la hora del almuerzo
se tejían en los vidrios las cortinas
y las luces se volvían rojas.
La fonola de la esquina, al lado del baño
soplaba vapores de voces románticas
y uno que otro bolero con sabor a tequila y mezcal
se mezclaba en mi garganta.
Ella sobre mis piernas me pedía que le hablara a su oído
mientras media el universo.
Yo quería que me contara su vida.
Buscábamos acomodar las distancias
para que la magia siguiera hasta la calle.
Era su objeto y su tesoro
y ninguna de las otras diosas
se acercaban a mi cuerpo
por el temor de ser convertidas en sal
entre las mesas.



V



En la desmesura de la cerveza y el mezcal
una a una fuimos besando las estrellas
bajo la nube gris del smog
entre calles con olor a pescado
probando en los zaguanes
y en la viejas escaleras
las certezas de lo inútil
hasta que un viejo hotel nos albergó
en la terraza
con la ropa tendida
destapando la madrugada.
Fue largo el jadeo
breve el sueño
y extenso el olvido.



VI



Nunca entendí porque escribió mi nombre,
corto mi foto,
y con chinches y sangre la pegó en la pared de su living
para regocijo de otros fantasmas.
En aquellos tiempos escribía poemas,
cantaba villancicos en las escuelas,
pisaba sobre hojas secas
una que otra secuencia de humo y hierbas,
un tinto y una guitarra
siempre pensando en ella.
Quizás se haya tratado de un hechizo
de una manera de sujetar un nombre,
hundir una nave
o exorcizar los dientes.

¿Quíen lo sabe?
en las paredes de viejos edificios
hay lugares
que guardan recuerdos.



VII




Nada de lo que allí circundaba era nuestro,
la habitación amueblaba
había perdido a su dueño.
Impersonal,
gótica,
también oscura.
Tallamos en la madera nuestros nombres
para que alguien supiera
que no dejaríamos el mundo sin pelea,
y que el placer llenaría siempre
nuestras velas.





                                                                                                        Gonzalo Vaca Narvaja

martes, 29 de octubre de 2019

Fragmentos del Aquí abajo (plaqueta) 2018





Me paseo
por lugares habitados.

Lo que fue
esta en mi
como ayer.

Inmutable eterno.

Un juego del olvido
un movimiento del silencio.
Las crestas olas
en su caída
imitan el golpe
sobre la arena.
El poema es sonido
un aguamar de nombres
que habitan en el polvo
sin ningún rastro.



IV





Nada me es ajeno a esa cruz.

Ese hombre clavado a la madera
con su corona de espinas
y resignado,
muere cada día con un nombre distinto.

Por un puñado de monedas su manto
por un puñado de silencio el olvido.
En el desierto, su terrosa piel
se incendia antes de la noche.

Es un hombre bueno que desata a la multitud
en la barbarie del día.


No hay caja ni cueva
para tanto cuerpo,
ni lágrimas o susurros
que no invadan los espejos.

Lo veo allí, ausente,
la cabeza reclinada
hacia su centro,
los ojos abiertos
y la serenidad de un gesto
único y último
sin sombras.

Entre peldaños de sangre y piedras
su callada lengua
besa nuestra boca.

Nada me es ajeno a esa cruz:
el hijo contra el muro,
un padre en silencio
y los dados al aire
en macabro juego.

Nada me es ajeno.

El olvido de Dios.
La finitud del cuerpo.

Sangre, golpes
y un territorio desbastado
por la espada.

Entre amores secos y lágrimas
la tierra.

Nada me es ajeno a esa cruz
que no se evoque en este cuerpo.


Que sea fugaz el recuerdo
de ese tiempo vencido por el hombre,
ante otro sin prisas y sin guerras,
sin dinero y sin codicia,
un tiempo entero para ser vivido,
con la savia ofrendada por el árbol bueno.





V




No imagino un mundo sin poetas
y sin poesía.
No imagino el mundo
sin palabras.
No lo imagino.
No puedo imaginar un mundo
sin lo inútil
con la proximidad de lo distante
y su siempre medio abrazo.
No imagino la tarde
sin sentirla,
cuando el sol se aquieta,
y tu recuerdo surge
en las primeras horas de aquello
que llamamos noche
con las hojas vibrando
en la espesura.



Gonzalo Vaca Narvaja


Existencias

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Picasso
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                                                                                                                                                                                                                                   René Magritte


















me aburro de mi y del paisaje/ de las palabras vestidas /

del poder con su encastre de daño / su voracidad publicitaria /

y ese destello de luz

viscosa en el pasillo de una pensión de la calle Roma/

me aburro de lo que como /

mis sueños trascurren erráticos por la lente de una super 8



trabada siempre en el mismo aguacero /

no sé /

ando solitario por las líneas quebradas de las manos /

no temo a los rayos como antes/ ni el pulgar le reza a sus hermanos

“con algo habrá que entusiasmarse” / vaciar las botellas de un vino de boutique

por el agua oscura de la canilla / arrojarle piedras a los bancos


pago por todo lo que existe si me leen dos versos/ y de desarmado que ando me regalan / me venden / me trocan sobre el mantel donde alguien alguna vez comía /



en el baldío

ofrezco pulseras deversos a dos pesos


Gonzalo Vaca Narvaja

sábado, 26 de octubre de 2019

Leandro Manuel Calles (poeta)



Querido Gonzalo, de Leandro Manuel Calles



En estos días leí Bajo la sombra de los talas. Me lo regalaste hace un tiempo y como verás me tomé un tiempito para leerlo. A veces los libros eligen sus momentos. Qué decirte!!! qué decirte cuando belleza y profundidad calan adentro.

Gracias es lo que puedo decir.

Me pasó algo extraño o mejor dicho algo que cada tanto me sucede, lo leído me lleva a la escritura, no sé por qué, tal vez la imagen del tala que atraviesa todo el libro, o haber estado tocando la guitarra en lo de Piro Garro el sábado pasado y escuchando a algunos cantores, la cosa es que nació una letra a partir de tu libro y esa letra tiene forma de zamba. Es raro en mí escribir una zamba, tengo dos o tres que yo recuerde y recontra archivadas. Esta, nació a partir de la lectura de tu libro y con todo respeto y amistad te la ofrezco.

abrazo grande querido Gonzalo

Leandro



Bajo la sombra de un tala



Bajo la sombra de un tala
aquel niño está durmiendo
anda cuidando en el sueño
los sueños que fue perdiendo.

Cuando callaron las ranas
y los pájaros nocturnos
la noche se hizo más noche
y el silencio más profundo.


Debajo del tala sueña
un cuidador de palabras,
hila en la memoria sueños
y cada tanto, los canta.


También el dolor se duele
de ser una flor amarga,
los miserables de siempre
no saben cuidar palabras.


Bajo la sombra de un tala
aquel niño está despierto
anda cuidando lo sueños,
los sueños de todo un pueblo.


Debajo del tala sueña
un cuidador de palabras,
hila en la memoria sueños
y cada tanto, los canta.



(para Gonzalo Vaca Narvaja)


Uritorco



Uritorco, lugar donde se perciben los duendes

miércoles, 23 de octubre de 2019

crecer a golpes


El mundo se despliega y se extiende
donde algo se oculta.

Se trata de enlodarse las manos
lejos del jabón blanco y espumoso.
Hincar la carne en espinas agudas y filosas
caerse sobre las heces de un chacal y aparecer allí
donde la vida te hace el cuento
y vos reís. Se trata siempre de hinchar las venas del cuello
gesticular un grito
y golpear sobre el vientre 
de esta ciudad de cemento.
Se trata de no parecer sencillo
ni austero, ni bueno,
sino aquel que muestra sus dientes
para morder la carne
con furia, con hambre, con dignidad.
Arrugar el pliegue, distender la vida
enlazar la sombra
y dejar sobre la mesa
los últimos pañales de la infancia.

jueves, 17 de octubre de 2019

Los besos




Se le caen los labios en la vereda.
Se caen
de asombro
de pena y de cansancio
sin besar el pavimento, las alcantarillas
o los pálidos árboles,
desquiciados
y enmudecidos.

Recojo y pateo
la tristeza de los últimos días.
Desconcierta el color labial de los balcones,
sus geranias lágrimas
lluvia de bocas
con sonidos de chatarra sobre la avenida.

Nada es como era.

No hablo de besos.
La tierra es un vasto cementerio
donde mezclar los huesos.
Sigo los pasos de una sombra contra el muro
adivino su oreja
la oigo carcajear
como un puñal en medio de la leche.


Gonzalo Vaca Narvaja

miércoles, 16 de octubre de 2019

Memorias


Busco en el vientre de mi madre
las cicatrices de la infancia
su pócima de fe
su silencio
lo que dejó su falso orgasmo
en la memoria de mi cuerpo


Gonzalo Vaca Narvaja

lunes, 22 de julio de 2019

Encierros







En el pequeño espacio que nos alberga nos abrazamos

desnudos. Algunos se sientan con la vista en otra parte

y el pensamiento así, dando vueltas como un papel, una hoja, o un niño

solito a la hora de la siesta, el gesto mustio.

¿Alguien habló alguna vez con una cucaracha?

Le pidió acaso que relate las historias del averno

su pertenencia demiúrgica al reino de la tierra…

¿Alguien ha perdido algo que no recuerda?

un sueño, un recuerdo, una miga de pan

algo parecido a un beso.

Son formas de esconderse en el muro

como la arena, la cal o el cemento,

hundirse

con el párpado abierto a otro abrazo

sin que nadie lo advierta

y tengamos que habitar los escombros.


Gonzalo Vaca Narvaja

Repeticiones






Lo ha visto cien veces:
el temor abraza
y devora
sin milagros
la espera
de aromas conocidos.
Lo ha visto cien veces:
apretar las rodillas con las manos,
hundir el rostro en el pecho.
Acostarse al borde de la cama
con terror a las paredes
en el hueco profundo
de un gesto
contra el piso.

Lo ha visto una y cien veces
en las cuerdas rotas del cuerpo.

El mundo
en su traje de nylon
al fondo oscuro del cesto.
Un basurero.

El golpe, un golpe
un sonoro y maligno golpe
en las catedrales de la muerte.

Leer del horóscopo
los inútiles signos.

Una vela
y el incendio.

Mirar la muerte por la mirilla
de una puerta sin llave.

Verla bailar en silencio
sobre las baldosas mojadas
de mi patio
cuando un perro arrastra
la sombra de mi padre.


Quisiera otro destino
un territorio,
otra esfera
un caramelo,
el mundo más ligero.

Que esa lengua no se pegue a mi lengua.



Gonzalo Vaca Narvaja

martes, 2 de abril de 2019

Sobre un cuadro de Caraffa, intervención en el museo Evita. Año 2018.


Sobre “Entierro  en la aldea” de Emilio Caraffa (1891)
Marzo 2019- Gonzalo Vaca Narvaja

I

En el año en que esta pintura se hacía, en chile se sublevaba la armada con anuencia del Congreso contra el presidente Balmaceda, se promulgaba la Constitución de Brasil, mientras en Madrid se inauguraba el edificio del Banco de España. El Papa León XIII recibía a la futura Beata Petra de San José y promulgaba la primera encíclica Rerum Novarum, el político Danés Frederik Bajer fundaba la oficina internacional de la Paz y entre otras cosas, Emile Zola publicaba “el Dinero”, Oscar Wilde, “El retrato de Doran Gray” y Conan Doyle, “Las aventuras de Sherlock Holmes”.

Aquí entre la bruma de una tarde gris Emilio Caraffa nos regalaba esta pintura que hoy contemplamos en el mismo año en que moría Rimbaud y un escritor checo llamado jan Neruda.
Solo coincidencias entre otras historias ocultas, silenciadas y olvidadas.

II

Hay una penumbra que todo lo envuelve/ una espesa niebla con algunos contornos de algo impredecible, estático y brumoso.
El silencio/ un hondo silencio se encamina sobre el costado izquierdo/ sin prisa/ donde se ha detenido el juego y los colores uno a uno se diluyen en la quietud de los pasos.
Lo que se nombra se calla / lo que se calla se recuerda en la frágil existencia de los que allí transitan.
Hay apenas un destello en las manos que no intentan elevarse en la plegaria / Una mirada lateral por donde huye para siempre lo que antes estaba entre nosotros. Los niños que saben, se abisman a sus primeros miedos y certezas.

Yo, que como ellos he caminado en los adioses sin plegarias, ni llantos, ni preguntas, sé que un abrazo falta a la hora de la risa.

¿A qué niño cargan esos niños? en ese ascenso lateral hacia la nada. /
Cuando un niño se aleja de esta tierra un juguete se rompe sin sentido /
una pelota se pierde y una herida se asoma por la boca del mundo.

En el trazo secreto de esa mano y en el óleo oscuro que envejece, siento el destello de la rabia a la intemperie de lo humano.

¿A qué niño cargan esos niños?
En el centro de un árbol sin raíces, sin savia, ni hojas menos aún de frutos / un horizonte se abre irremediable a lo finito, como un corte visceral sobre los cuerpos.

¿A qué niño cargan esos niños? en la frágil barcaza de madera /
¿A qué mustio puerto dirigirá su proa sin más cerradura que el silencio para abrir el cielo.

Hay una trama invisible que recorre el tiempo / una quietud de tarde cansada en el paisaje / una inmensa desnudez entre los pasos.
Bajo la suela de viejos zapatos se descifra el enigma de lo ausente / un aire gris que llega con el frio.
¿Dónde descubrir lo que se avecina, lo que sigue de esta imagen, / el desafío de los dientes ya sin hambre y sin prisas.





III


Hay un frágil equilibrio
en la línea por donde caminan.
Si inclinara este cuadro
se caerían todos y con ellos
el mundo que habitamos.
Pero no.
Ellos permanecen
con lo que se lleva Dios a la hora de la muerte,
con un horizonte
que  se parece a su cabello
a veces motoso, lacio,
ceniciento o como en el cuadro:
gris macilento
lúgubre y mortecino.
Miro el cuadro con ganas de acariciar al perro,
-ése-
que arrastra los pies e inclina la cabeza como si hubiera perdido
un hueso, una media o un amigo.
Me apenan las tías pegadas de hombro a hombro
con ese frio de la tarde,
en las heridas que deja el aire
a través de la ventana.

El cura,  nada.
lejos de las tías, del perro, de los niños y de Dios.

Estoy convencido que si inclino el cuadro
se caerían todos y con ellos,
el mundo que habitamos,
como el papel de un caramelo que se deja rodar
sin que nadie lo note,
porque nadie quiere esa caja sin gesto, sin voz y sin vida.
Nadie quiere andar entre los escombros de una juguetería,
pisar los juegos más deseados,
escuchar el chirrido de la cuerda agonizando bajo el zapato.
Nadie.
Si algo está prohibido, si algo es indeseado
grotesco y asfixiante hasta el ahogo,
es el silencio de un cuarto donde antes había un niño
una calle a la hora de la siesta
refrescada cada tanto, con la brisa de las corridas,
las travesuras y el común y único grito. “a-tra-pa-me”.
Nadie.
Es que esa vieja de mierda o el viejo sin rostro
a veces buscan clavarnos el invierno en un día cálido.
Robarnos la sonrisa
y hundirla en el pecho como un alfiler,
como una invisible espina que nunca se asoma de la carne
y nos deja su pústula eterna adentro.
No, yo no quiero ese séquito de tristeza,
que esa procesión de ahogos se vengue del mundo
por los pecados que nadie ha cometido,
porque primero se vive y la vida trae entre sus cosas
un plato de comida.
Yo no quiero que los niños dejen de jugar
o los abrace el hambre
o la tristeza o el rechazo,
o el viejo guadaña los lleve de la mano con engaños
hacia lo hondo
y lo profundo del olvido.
¡qué va!
Emilio nos recuerda
lo que no debe ser.
Menos aún suceder.
Por eso el cuadro
por eso el pueblo
por eso la procesión
por eso la caja, el perro y el inútil cura.

¿Lo ven?
se llevan a la muerte
hecha ovillo en la cajita de madera.
Ese cajón puñal
ese cajón silencio
que recorta el cielo
donde hubo juego
risa
y otro tiempo.

Hay que ser poca cosa para querer llevarse
a un niño de una aldea
mejor peinarlo sobre la loma
cantarle una canción para que olvide,
y decirle que es un sueño.