de amores
Después
de algunos años se fue con un poeta. Recuerdo que quise seguirla al café de San
Ángel a donde se juntaban siempre los poetas / pero no pude / me ganó la
frustración, mis dudas y también la vergüenza / Había comenzado a escribir un
par de líneas confusas en papeles sueltos / pero andaba roto / jugando a las
escondidas / queriendo medir mi debilidad en otros cuerpos – los que fueran-
tan vacíos como el mío.
Mi
segunda relación duró más tiempo.
Una tarde
de invierno me clavó un puñal de silencio en medio del pecho y no escuché más su
voz. Volví a estar roto, cansado, con esa tímida venda coronando la muñeca y
escribiendo palabras para suturar la herida.
Creía que
todo sería más fácil.
Abrirse
el pecho en la noche, sacar a pasear el corazón con una correa y dormirse libre
de dolores entre las sábanas. Pero no. Nada es fácil.
Cambié el
color de los ojos de un poema, -que luego sería una zamba-, para vengarme de los
anteriores y me recriminaron como a un mercenario.
¡Es tan difícil
el poema!
Entendí
que el amor no es un nombre sino una condición para vivir.
Cambian
los nombres pero nunca el amor.
Vinieron
vientos fuertes y mujeres que acostumbraban a amar a todos los que estuvieran
cerca. Conocí entonces la verdad del fauno ¿tengo que aclararlo? y el ocaso del
príncipe, -siempre un burgués-
Cuando lo
supe reí hasta aprenderme.
Atrás
quedó mi foto pegada en la pared como un ritual antiguo. Rota, sola y con la
sangre que ella estampó en su living. Nunca entendí aquel mensaje. Preferí
callarme por temor a descubrir algún hechizo detrás de la escena.
Con todas
las naves quemadas caminé por varios días. Me abracé a cuanto cadáver estuviera
despierto. Dormí al pie de los zaguanes agazapado entre los diarios, merendé
entre los curas rezando una oración que no entendía, pero que me alcanzaba para
comer el pan y beber el mate cocido de la tarde.
Tuve, es
cierto, abrazos solidarios, amores medicinales y fuegos en donde consumirme un
rato.
Una
partida sin gloria, una estación en ruinas, un último beso y un arrepentimiento
eterno con una toalla pegada al cuerpo.
Dí todo
por perdido y me perdí. Mi memoria registraba siempre las 24 hs que duraba el
desvelo. Después renacía con un puñado de nombres que guardaba en una tabla
sobre el pecho y lo demás se volvía humo en el cigarro consumido.
Fue un
día.
El mundo
giraba sin sentido, y las calles no llevaban a ningún lugar, allí encontré tu
nombre que me dejó quedarme por estos lados una eternidad más.
Gonzalo Vaca
Narvaja