jueves, 27 de febrero de 2020

de amores


de amores

Después de algunos años se fue con un poeta. Recuerdo que quise seguirla al café de San Ángel a donde se juntaban siempre los poetas / pero no pude / me ganó la frustración, mis dudas y también la vergüenza / Había comenzado a escribir un par de líneas confusas en papeles sueltos / pero andaba roto / jugando a las escondidas / queriendo medir mi debilidad en otros cuerpos – los que fueran- tan vacíos como el mío.
Mi segunda relación duró más tiempo.
Una tarde de invierno me clavó un puñal de silencio en medio del pecho y no escuché más su voz. Volví a estar roto, cansado, con esa tímida venda coronando la muñeca y escribiendo palabras para suturar la herida.
Creía que todo sería más fácil.
Abrirse el pecho en la noche, sacar a pasear el corazón con una correa y dormirse libre de dolores entre las sábanas. Pero no. Nada es fácil.
Cambié el color de los ojos de un poema, -que luego sería una zamba-, para vengarme de los anteriores y me recriminaron como a un mercenario.
¡Es tan difícil el poema!
Entendí que el amor no es un nombre sino una condición para vivir.
Cambian los nombres pero nunca el amor.
Vinieron vientos fuertes y mujeres que acostumbraban a amar a todos los que estuvieran cerca. Conocí entonces la verdad del fauno ¿tengo que aclararlo? y el ocaso del príncipe, -siempre un burgués-
Cuando lo supe reí hasta aprenderme.
Atrás quedó mi foto pegada en la pared como un ritual antiguo. Rota, sola y con la sangre que ella estampó en su living. Nunca entendí aquel mensaje. Preferí callarme por temor a descubrir algún hechizo detrás de la escena.
Con todas las naves quemadas caminé por varios días. Me abracé a cuanto cadáver estuviera despierto. Dormí al pie de los zaguanes agazapado entre los diarios, merendé entre los curas rezando una oración que no entendía, pero que me alcanzaba para comer el pan y beber el mate cocido de la tarde.
Tuve, es cierto, abrazos solidarios, amores medicinales y fuegos en donde consumirme un rato.
Una partida sin gloria, una estación en ruinas, un último beso y un arrepentimiento eterno con una toalla pegada al cuerpo.
Dí todo por perdido y me perdí. Mi memoria registraba siempre las 24 hs que duraba el desvelo. Después renacía con un puñado de nombres que guardaba en una tabla sobre el pecho y lo demás se volvía humo en el cigarro consumido.

Fue un día.
El mundo giraba sin sentido, y las calles no llevaban a ningún lugar, allí encontré tu nombre que me dejó quedarme por estos lados una eternidad más.


Gonzalo Vaca Narvaja

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