Escribe
sobre una superficie blanca, quieta, en silencio.
La línea
es invisible lacónica y secreta – aún sin sentido- como diría Mallarmé sobre la
oscuridad.
Lejos de
su casa y el olor a mermelada.
La línea
se sumerge por horas en el pensamiento de la siesta.
Vé los
últimos carozos del día esparcidos en la calle sin intuir la boca que los
desgajó de la fuente.
Prueba
dar saltos, pequeños y mudos en la espesura del blanco donde la vida de otros
es tan absurda como suya.
Alcanza
un rostro, un beso y persigue el vapor de ciertos fantasmas que han perdido la
sombra, el aliento del cuerpo y las cenizas del último fuego –siempre hay
espacio para lo último-
No se aquieta,
ni se frena.
Es la
persistencia de lo inútil lo que alimenta su juego, la presteza de la risa
donde arroja los dados sobre los que ríe y escupe.
Es un
tiempo que ha nacido muerto, -dice-, desbocado
y mudo.
Da un
salto y se retuerce. Entre él y la línea se compadece de tanto dolor y poca
risa. De tantas ausencias e infinitas mentiras cae en palabra, trapecia en el
aire, y así desprendido, se enlaza a lo que sigue de lo inútil.
En la
inercia en que vive busca la próxima palabra para volver a empezar.
Gonzalo
Vaca Narvaja
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