lunes, 10 de febrero de 2020

La palabra





Escribe sobre una superficie blanca, quieta, en silencio.
La línea es invisible lacónica y secreta – aún sin sentido- como diría Mallarmé sobre la oscuridad.
Lejos de su casa y el olor a mermelada.
La línea se sumerge por horas en el pensamiento de la siesta.
Vé los últimos carozos del día esparcidos en la calle sin intuir la boca que los desgajó de la fuente.
Prueba dar saltos, pequeños y mudos en la espesura del blanco donde la vida de otros es tan absurda como suya.
Alcanza un rostro, un beso y persigue el vapor de ciertos fantasmas que han perdido la sombra, el aliento del cuerpo y las cenizas del último fuego –siempre hay espacio para lo último-
No se aquieta, ni se frena.
Es la persistencia de lo inútil lo que alimenta su juego, la presteza de la risa donde arroja los dados sobre los que ríe y escupe.
Es un tiempo que ha nacido muerto, -dice-, desbocado y mudo.
Da un salto y se retuerce. Entre él y la línea se compadece de tanto dolor y poca risa. De tantas ausencias e infinitas mentiras cae en palabra, trapecia en el aire, y así desprendido, se enlaza a lo que sigue de lo inútil.
En la inercia en que vive busca la próxima palabra para volver a empezar.

                                                                                                           Gonzalo Vaca Narvaja

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