domingo, 10 de julio de 2016

Rastros de un pez bajo el agua


-I-


Ha dejado su carcasa
de viejo e incoloro navío,
la áspera y sedienta
mano enmudecida,
el naufragio final
de los pequeños huesos,
las cenizas sin su sombra.

Ha dejado sobre los árboles 
las alas de los pájaros 
como angélicos reptiles.

Su  mano
-su única mano-
ha dicho adiós.

En otro lugar los ojos.
En la mesa las flores.

Alguien
baila en la cornisa
con otra música.


Mi madre me ha llevado
el territorio de sus líneas.
Un golpe en mi palma afirma lo que digo.
Dos golpes niegan lo dicho.
Su voz ha mutado selvática
vegetal,
ritmica
de sonoridades extrañas.

Allí donde caen las hojas
su imagen niña
se va con el agua
sin reflejo.
Se aquieta la noche.
Ésta es mi última vez. 
Mañana caminaré solitario
con el recuerdo de viejos puertos.
Porque de eso se trata 
de irse  de una vez  
y para siempre.

Mi madre aprende el lenguaje del adiós,
yo el del recuerdo.



II



Escucho su voz.
En las paredes
la silueta de la historia 
es una mancha
amarilla y opaca
en un muro que vio venir el llanto.
Una mancha inútil,
tramposa.

Bailo
sobre el agua
con los pies mojados
de espaldas al rio.
Soy el cauce. 
El inquilino 
de estas manos.
El hastío del aire.



III



El último tren ha partido
sobre viejas y chirriantes pasaderas.
El viento pregunta
sobre el fantasma de metal.
Nada queda.
Los médanos son niños
jugando a las corridas.
Baila la ropa
rendida entre las sogas. 
Este país se pierde 
entre máquinas sin humo
que secan sus sueños en el día
y se mojan de vergüenza por las noches.
Del último tren que ha partido
me queda tu mano
en otra ventanilla.



IV



Te he besado 
y el agua a cubierto el cuarto.
Soy un pez 
en extrañas aguas,
la arena
donde se pierde tu nombre.



V



Las hojas caen. 
El mar arrastra tu cuerpo hacia la orilla.
Te vas sin huellas.
Breve la brisa del invisible río
escarcha de sal sobre los árboles
tarde, pesada sobre los huesos.

Te vas
sin sed ni hambre,
con la enorme trasparencia de tu rostro
sin otra respiración que el silencio.

Te vas de ese modo y para siempre
sin otra pregunta que el rocío.

Te espera la luz 
los pasos en el aire.
Te vas
sin importarte el estado de las puertas.
La angustia del presente,
la espera del futuro
como el rastro de un pez bajo el agua.


Me desintegro.
Soy la hoja y el árbol,
una pregunta 
en boca del silencio.



VI



Me has dejado solo 
donde me escondo.
La ciudad se ha vuelto ceniza
con su crónica de horrores.

Madre
has dejado 
el amor sobre la mesa
junto a un corazón perdido
y en el cuarto contiguo
la armadura.
Me queda tu nombre
la llave de este nombre
con la lengua del mundo,
una vela,
y un infinito de puertas
que no abrazan.



VII



Usted es un fantasma
y no lo sabe.
No necesita huir a los rincones
abrir las puertas
caminar por horas.
Usted es un fantasma
y no lo sabe.
Es una condición.
Una suerte natural
que lo hace incorpóreo
liviano inmaterial.
A veces en el entresueño de los vivos
puede incorporarse al espacio vacío,
al plato donde duerme la sopa
a la resignación de las medias
que no abrigan sus pies
siempre descalzos.
Usted es un fantasma
y no lo sabe.
Puede dormir en el perchero
entre los viejos libros
o en la calidez de la ropa usada.
Intenta vestirse
y sufre
creyendo en su torpeza.
Los fantasmas no son torpes
solo incorpóreos
trasparentes
lánguidos, extensos
y ebrios
ante el agua derramada.
El pensamiento y el sueño
lo convocan por las noches
cuando el cuerpo de los vivos descansa,
y a contramano de todo
usted sabe que no hay quietud
para ningún fantasma.
No tiene otra edad que la del día
ni otro tiempo que el instante.
El deseo
se ha diluido en el paisaje
y suele quedarse horas aprendiendo
el idioma de las piedras,
cuando el agua las golpea y las saca
de su modorra de niños en la cuna.
Usted es un fantasma
y no lo sabe.
El mundo
ha dejado de pesar
y ya no duelen las palabras.



-VIII-



Tomé tu mano
de la arena de esa orilla
y te vi beber el aire con la prisa
del ahogo
ensanchando el horizonte
de las sábanas
agrietadas
por la demencia senil
de los pasajes
y las heridas
de los partos
y los desahucios
de los sueros
y la vergüenza.
Tomé tu mano
de la arena de esta orilla donde todo
se escurre 
y se abisma
se licúa y se sustrae
Y nada allí es inútil
ni fresco
ni liviano
en esos cuartos
y rincones
cargados 
de delirios 
de voces
de llantos 
y silencios
de esa espuma absurda
que nos limpia
hasta el olvido.


Allí te busco
grieta
latido 
y furia.
Pésame
nacimiento
juego
y tedio
apareces cuando las olas
y en la espuma
con su sarro arenoso
te diluyes
siempre hacia el fondo. 

Publicado en la revista Palabras de Poeta, Córdoba.
Octubre 2016