He purgado con acierto los golpes recibidos
los he sacado uno a uno sobre la superficie
para que se vean tal y como son sin otra máscara que
su cuerpo desnudo y frio
su mueca de alquitrán y su acidez.
Yo, que nací tan ignorante del mundo como un niño
y decidí –por así decirlo- continuar siéndolo
como él su curso de estupidez redonda
he de raspar mis uñas contra los muros
para sacarles el quejido de los días festivos
los grafitis de vapores etílicos
los edulcorados poemas de lavarropas.
No hay unos ni otros
ni otra manera de pensar que no sea con asco
con la revulsiva baba que dejan los sapos en el agua
estancada y tibia.
Aquí estamos permanecidos
aparentemente normalizados
siguiendo como parásitos del río
a un fantasma que se dice tiburón de aguas calientes.
Ni unos ni otros: todos.
Golpeados
heridos
condenados
apaciguados
dormidos y temerosos.
Todos
sin otra norma que el silencio
u otro certificado que la pena
condenados a repetirnos.