Soy Adán y por qué no Prometeo
22/03/22
Soy el
primero y el último. Aquel que nació del silencio y no conoció a su madre.
Habite en lo pequeño de un mundo perfecto, diminuto y frágil, y precise del
alimento, también del deseo.
A ella,
alguien, -quizás un eco-, la nombro Eva y mi primera reacción, la más valerosa,
fue conseguirle una manzana que algunos confundieron con el fuego y por ello
fui desterrado.
Soy Adán, el
condenado a vivir por siempre. He visto el corazón negro de los hombres, sus
más profundas pesadillas, sus entrañables miedos, también los he observado
horrorizados frente a sus propios cuerpos sin vida.
Cuidé a
Cleopatra en su última noche de arrepentida risa, al enloquecido Menelao, a
Homero y a Hércules. Navegue por las costas de Tesalia hasta el límite preciso
del misterio. Fue siervo en los algodonales del imperio y ciego en las calles
de Calcuta, una monja cuidó mi tifus en Granada y un centurión hirió mi hombro
bajo la arena del Coliseo. Más, aun así, herido, ultrajado y solo, caminé el
mundo sin prisa, abrevando en cada uno de los parajes a donde me encontró la
noche.
He repasado
todos los infiernos desde las agujas de heroína en una calle de Ámsterdam,
servido de consuelo a los pedófilos de la Catedral de Roma y ebrio aguanté las
embestidas de un tugurio en la Rioja. Fui hombre, y fui mujer, pero nunca niño,
ya que nací siendo ya crecido y solo.
El dolor es
tan grande en mí, que he pernoctado cientos de años bajo las ruinas de una
Palestina olvidada, gritando por ayuda, y nadie ha escuchado. Los tribunales de
los hombres están diseñados para el olvido de los pobres y el cuidado de los
ricos, pero aún así he levantado todas mis banderas junto a otros, aunque luego
me abrazara infinitamente a la derrota.
Soy ese Adán
condenado a vivir por siempre más allá de los ciclos imperfectos y caóticos del
mundo.
He sido el
objeto, la cosa y lo nombrado, la letra y la sangre, el país y el exilio. Sin
patria, ni nave, ni continente, he dormido por años bajo la tutela de las piedras,
hijas de una medusa letal y muda y despertado por el canto de un pájaro cuando
el corazón late. Creo en el hombre cuando siente el pulso magnético de lo justo
y la proximidad de alguna forma de belleza que lo lanza hacia lo bueno.
No he sido la
hoz ni el martillo, tampoco la batalla, pero si los muertos. Soy la tierra que
guarda las voces de los desaparecidos, mientras sus huesos se abrazan. He
espiado por las noches las carrozas de los asesinos en todas las partes del
mundo, escuchado sus risas y escudriñado sus pensamientos. Soy ese Adán que
bate sus alas en ecos. La memoria y su sustento.
¡De qué debo
redimirme si he alcanzado la manzana y también el fuego!
Gonzalo Vaca Narvaja