lunes, 30 de diciembre de 2013

Síntesis de Marta Platía en Página 12

EL PAIS › LOS TESTIMONIOS SOBRE FAMILIAS DIEZMADAS EN EL MEGAJUICIO POR LOS CRIMENES DE LA PERLA

“¿Le dice algo el apellido Vaca Narvaja?”

Miguel Vaca Narvaja había sido ministro de Frondizi y tenía 12 hijos. Fue secuestrado y asesinado a principios de 1976. En el megajuicio por La Perla se ventiló el caso de su familia.
 Por Marta Platía

Desde Córdoba
Luciano Benjamín Menéndez no puede consigo mismo y se descontrola no bien alguien que lleve el apellido Vaca Narvaja declara en el juicio. En menos de un mes, al ex dueño de la vida y la muerte en Córdoba y en otras diez provincias durante la última dictadura le estalló en pedazos la calma paquidérmica que adopta durante los juicios y se quejó, desencajado y despeinado, ante los jueces del Tribunal Oral Federal
N° 1 por los dichos de los hijos de Miguel Hugo Vaca Narvaja (p.): un hombre que fue ministro de Gobierno de Arturo Frondizi, dos veces presidente del Banco de Córdoba, y que fue secuestrado, torturado, asesinado y decapitado a principios de 1976 por el llamado Comando Libertadores de América (CLA), una versión cordobesa de la Triple A que unificaba al Ejército y al III Cuerpo bajo el sesgo férreo de Menéndez. Vaca Narvaja tenía entonces 59 años.
“A usted, que se dice occidental y cristiano, ¿le dice algo el apellido Vaca Narvaja? Dígame, ¿qué hizo con mi padre y con los 30 mil desaparecidos?”, le lanzó a la cara Ana María Vaca Narvaja, uno de los 12 hijos que tuvo Miguel Hugo Vaca Narvaja con Susana Yofre. Rubísima, imponente y dueña de un carácter enérgico, Ana María sacó de las casillas a Menéndez cuando le recordó ante los jueces: “Sé que a Luciano Benjamín Menéndez le gustaba que le llamaran ‘La Hiena’. Me puse a buscar en un diccionario, y leí que la hiena es un animal cobarde, que se alimenta de carroña. Los árabes suelen decir, incluso: no vayas a ser más cobarde que la hiena”. Fue en ese momento que, desfigurado por la ira, el represor multicondenado a prisión perpetua saltó desde su butaca y comenzó a gritarle a la testigo. El juez Julián Falcucci le ordenó callar y lo amenazó con sacarlo con la policía si no se comportaba. Menéndez quedó de una pieza. Lo ha dicho ya en varios juicios: no está acostumbrado a recibir órdenes. El Tribunal le señaló que si quería hacer preguntas debería formularlas a través de su abogada defensora de oficio, Natalia Bazán. Hacia la joven profesional fue entonces Menéndez, con un andar errático, atolondrado, tropezándose con los muebles del juzgado. Estaba tan fuera de su eje que tuvo que sentarse al lado de Bazán para reponerse. Ahí le pidió que le preguntara a la testigo “dónde militaba su padre”, y “de dónde había sacado que a él le gustaba que le dijeran Hiena”. La situación era excepcional: por lo general se espera que la persona termine de declarar para aceptar o no los interrogantes de los acusados. Pero Ana María Vaca Narvaja no tuvo reparos en contestarle. Incluso, aseguró que no le intimidaba la cercanía en la que quedó con Menéndez: a escasos dos metros, situación que fue apuntada por el fiscal Facundo Trotta en resguardo de la testigo. La mujer citó orgullosa los méritos personales y profesionales de su padre y desplegó documentación sobre el otro apodo del Cachorro Menéndez: “Lo de Hiena está en el libro Nunca Más. En el legajo 578, el señor Jorge Bonardel dice que a Menéndez le gustaba mucho que le dijeran la Hiena...”.
Este fue el segundo episodio, en menos de un mes, de momentos indigestos para el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército. Y todos vinieron de la misma familia. Es que cuando declaró Gonzalo Vaca Narvaja, el menor de los hijos de Miguel Hugo Vaca Narvaja, y el único que estaba con sus padres en el momento en que irrumpió la patota a la casa familiar y se llevó a su padre para siempre, Menéndez también se quejó.
Ocurrió que Gonzalo se refirió a los secuestradores, torturadores y asesinos de su progenitor como “estos seres miserables”. Esto “ofendió” a Menéndez, quien le pidió al juez que “nunca más” permitiera que los insultaran. Que él “nunca más” –así, repitiendo (¿profanando?) esas dos palabras emblemáticas– permitiría que los insultaran a él y a sus subordinados, “que ahora estamos acá haciendo de imputados”. El juez Falcucci, con su habitual calma, le replicó que él no había escuchado “ningún insulto en particular para los acusados: el testimoniante se refirió en modo genérico a los miserables que le hicieron eso a su padre, y a ninguno de ustedes en particular”. Pero era tarde para Menéndez: ya se había puesto el sayo de miserable. Una vez más.

Familias diezmadas

La saña contra Vaca Narvaja, abogado de raigambre radical, padre de 12 hijos, defensor de presos políticos y ministro de Estado, entre otras ocupaciones, se enmarcó en las masacres que se perpetraron contra las familias de los jóvenes militantes de los setenta. Entre las más afectadas se cuenta la de Mariano Pujadas, el joven vocero de los fusilados en Trelew en 1972. La madrugada del 14 de agosto de 1975 Héctor Pedro Vergez, alias “Vargas”, asoló la finca avícola que los Pujadas tenían en Córdoba. Allí atormentó y asesinó al padre, la madre, un hermano y dos cuñadas de Mariano Pujadas. Sólo se salvaron un nene de 11 años, porque alcanzó a encerrarse en un baño y no lo descubrieron, y una bebé de un año y medio, María Eugenia Pujadas, que dormía en su cuna en la planta alta. Ella es hoy es la única querellante por la masacre de su familia. Los asesinos, insatisfechos con las torturas y la balacera infligida a sus víctimas, arrojaron los cuerpos a un viejo pozo en un campo cerca de Alta Gracia, y los dinamitaron. De esa matanza sólo sobrevivió una mujer: Mirta Yolanda Bazán, la mamá de María Eugenia. Los cuerpos de sus familiares la habían protegido de las explosiones. Murió pocos años después. Nunca pudo recuperarse del horror de creerse muerta y hasta enterrada en vida.
Vergez se ha vanagloriado de lo perpetrado a los Pujadas. Lo contaba a los prisioneros de los campos creyendo que hablaba con “muertos vivos”. Varios sobrevivientes dieron cuenta de esto. El y sus cómplices querían cobrarse en el grupo familiar aquella legendaria fuga de la prisión sureña. Mariano Pujadas fue fusilado en la base Almirante Zar junto a otros 21 compañeros. Pero Fernando Vaca Narvaja, líder de Montoneros, sí logró escapar. Primero a Chile. Luego a Cuba. Se sabe que los represores no toleraban las actividades políticas de Vaca Narvaja padre, pero también que quisieron que repudiara públicamente a su hijo. Cosa que el hombre se negó a hacer. “Mi padre tuvo doce hijos, doce individualidades, doce universos y jamás iba a renegar de ninguno de nosotros”, afirmó Gonzalo en su declaración.
“Ellos querían borrar nuestro apellido de la faz de la tierra. Eso me dijo el propio Vergez cuando me fue a buscar a la ESMA para matarme en Córdoba”, declaró Sara Solarz de Osatinsky, a quien le asesinaron a su compañero, el militante Marcos Osatinsky, sometiéndolo a brutales torturas, y a sus dos hijos: Mario, de 19 y José, de sólo 15 años. En esa premisa de crimen colectivo, de odio a muerte contra grupos familiares completos, estaban apuntados los Vaca Narvaja.
La madrugada del 10 de marzo de 1976, la patota del CLA asoló la casa de Villa Warcalde donde “el Viejo” Miguel Hugo Vaca Narvaja vivía con su esposa Susana y el menor de sus hijos, Gonzalo, de entonces 16 años. Los golpearon, saquearon la casa, se robaron todo lo que encontraron de valor. A Vaca Narvaja apenas le dejaron ponerse un pantalón sobre el pijama y lo metieron adentro de un baúl. Antes, habían pasado por la casa de su primogénito: Miguel Hugo Vaca Narvaja (h.): abogado, 35 años, padre de tres hijos, y a quien ya tenían encerrado en la cárcel UP1 de barrio San Martín desde que lo secuestraron el 20 de noviembre de 1975. Fue a plena luz del día en las escalinatas de los tribunales cordobeses cuando salía de hacer gestiones por un preso político. La intención inicial de los represores ese 10 de marzo era secuestrar a la esposa de éste, Raquel Altamira, y a los tres chicos: Hugo, Hernán y Carolina. Como no los encontraron, tomaron como rehén a un pintor que había en la casa y lo obligaron a señalar dónde vivía “El Viejo”.
Vaca Narvaja padre fue visto por última vez con vida en el Campo de la Ribera. Fue Amparo Fisher de Moyano, una mujer que también cayó cautiva por esos días, quien les contó a las hermanas Cecilia y Ana María Vaca Narvaja lo que presenció: “Un día escuché unos gritos, discusiones y la voz de una persona mayor. Pregunté a los suboficiales que quién era ese señor que discutía. Me dijeron: ‘Usted ha tenido muy mala suerte, porque está detenida con Vaca Narvaja el que lleva el dinero de los Montoneros’”. La mujer fue liberada el 27 de marzo del ’76, cerca del Parque Sarmiento con la orden de que olvidara “todo lo que había visto y vivido”.
A todo esto, después del secuestro de Vaca Narvaja padre, la familia tuvo que tomar una decisión “de vida o muerte”, tal como la definió Susana Yofre luego de la última visita que pudo hacerle en la UP1 a su hijo Huguito. El le dijo que la familia estaba condenada. Que debía sacarlos a todos del país. Que los iban a matar como a los Pujadas.
Así, Gustavo Vaca Narvaja, otro de los hijos, médico y escritor, organizó lo que llamaron “el asalto a la embajada de México”: el 23 de marzo, y a pocas horas del golpe de Estado, 26 miembros de la familia Vaca Narvaja entre los que había 13 chicos (el menor de apenas 9 años), y una embarazada: Patricia, la actual embajadora en México, ocuparon el edificio azteca en Capital Federal y pidieron asilo político sin papelería previa. Habían dejado sus casas con lo puesto. De hecho, el 24 por la tarde el Ejército rodeó la embajada con tanques y armas largas, y sólo pudieron llegar a Ezeiza el 2 de abril en cinco autos de la diplomatura mexicana. Regresaron recién en 1983, con la democracia.
En México supieron del fusilamiento, el 12 de agosto, de Huguito Vaca Narvaja (h.), quien fue sacado de la UP1 junto a Higinio Toranzo y Gustavo De Breuil. En el camino, los asesinos comandados por Osvaldo Quiroga –quien hasta firmó un documento para retirarlos de la prisión y llevarlos al muere– tiraron una moneda al aire para ver a cuál de los dos hermanos De Breuil dejaban vivo, si a Alfredo o a Gustavo, el menor. Le tocó a Alfredo sobrevivir para ver el cadáver de su hermano y los de sus compañeros. Lo devolvieron a la cárcel y le ordenaron contarles a los presos lo que había visto “porque eso era lo que les esperaba a todos”.
Del Viejo Vaca Narvaja, en cambio, nada más supieron. “Se lo tragaron la tierra y el silencio”, describió su hijo Gonzalo. Ningún dato concreto hasta el regreso en 1983. Fueron Valentina Enet y Carlos Albrieu, una abogada y un biólogo, respectivamente, quienes por azar obtuvieron información sobre el padre desaparecido y ayudaron a reconstruir sus últimos días. Ambos ya dieron su testimonio en este juicio.
Valentina Enet contó que “los primeros días de marzo de 1976 se habían llevado a mi hermano Gerardo. Yo acompañé a mi padre a una reunión que él logró obtener con el entonces coronel (Raúl) Fierro (uno de los 41 imputados). Me acuerdo de que nos recibió en su despacho. Era un hombre raro. Se distraía con el vuelo de las moscas... Se lamentaba de que Primatesta no lo quería... En un momento dijo que lo llamaba Menéndez y se fue. Nos dejó solos en la oficina. Como yo quería saber sobre mi hermano y vi que este hombre tenía muchas fotos debajo del vidrio de su escritorio, literalmente me tiré encima para ver quiénes eran. Algunas fotos tenían manchitas rojas, como sangre; otras estaban escritas o tachadas con lapicera roja. Una, la más grande, me llamó la atención. Era un cuerpo sin cabeza. De pronto se abrió la puerta. Era Fierro que volvía. Cuando me vio, me dijo: ‘Ah, estás mirando mi álbum de recuerdos... Pero a ése no lo vas a poder reconocer porque le falta la cabeza... Eso es lo que les pasa a los padres que andan buscando a sus hijos, esos montoneros marxistas... A ése tu viejo lo conoce. Es Vaca Narvaja’”. Valentina Enet contó que su padre, aterrorizado, la agarró de un brazo y se la llevó “volando” de ahí. La abogada detalló que no creyeron que lo que les dijo Fierro fuera realmente cierto, hasta el hallazgo de la cabeza: “Ahí nos dimos cuenta de la barbarie”.
Pasó que a fines del mes de abril, cerca de las vías del tren en el barrio Alta Córdoba, el joven Carlos Albrieu iba caminando con un amigo y encontró una bolsa de nailon con una cabeza humana: “No estaba en descomposición. Se ve que la habían mantenido en formol. Yo ya estudiaba en la facultad en ese entonces y había visto cuerpos conservados. Le faltaba un ojo. Tenía un bigote muy fino, una nariz larga, afilada... La llevamos con mi hermano a la comisaría séptima. La entregamos y esperamos que nos citaran a declarar. Eso nunca ocurrió (...). En agosto mi hermano necesitaba un documento y fue a esa misma comisaría. Como referencia, les dijo que vivía cerca de donde encontraron la cabeza. Y el policía le dijo ‘Ah, sí... la cabeza de Vaca Narvaja’”. Carlos Albrieu buscó a la familia cuando regresaron del exilio. “Me reuní con Gustavo Vaca Narvaja. Como no quería dejarme influenciar por fotos, no lo dejé mostrarme ninguna hasta que yo no le hiciera la descripción de lo que vi. Pero sí, cuando terminé y me mostró fotos de su padre, se parecía bastante...”
En su declaración, Gonzalo Vaca Narvaja apenas pudo contener su angustia y su furia cuando preguntó ante el Tribunal lo que él y su familia se preguntan desde entonces: “¿Qué clase de seres son los que le cortan la cabeza a alguien y la conservan como un trofeo? ¿Y qué clase de miserables los que la exhiben? ¿Y ante quiénes la exhiben? ¿Quién dio la orden? ¿Qué miserables seres son éstos?”.
No bien Gonzalo se retiró del estrado, Menéndez protestó haciéndose cargo del “insulto”. Ya en diciembre de 2010, algo similar le había ocurrido a su ex jefe, el dictador muerto Jorge Rafael Videla. Cuando hizo su descargo, horas antes de que lo condenaran por primera vez a prisión perpetua en cárcel común por delitos de lesa humanidad, Videla cuestionó puntualmente el alegato del abogado querellante Miguel Hugo Vaca Narvaja (n.), quien lleva el mismo nombre de su abuelo y su padre por ser el primogénito, y tenía sólo 9 años cuando la familia tuvo que salir del país. Según se quejó Videla, “el doctor Vaca Narvaja realizó un peligroso revisionismo histórico”, ya que en su alegato ahondaba en las matanzas genocidas y politicidas desde la Campaña del Desierto en adelante.
Un apunte: si no fuese que a Menéndez le irrita tanto el apellido de esta familia y todo lo que ellos tengan para decir, estas audiencias hubieran transcurrido dentro de los parámetros normales. Esto es: los testigos relatan atrocidades, y él permanece como si nada sucediera: pose pétrea, duerme o directamente se va a la sala contigua. Pero no. Ha quedado al descubierto que, tal como ya le ocurrió a Videla, lo que implique a los Vaca Narvaja indigna al represor hasta hacerle perder el control. ¿Será por su capacidad de “resiliencia ante el dolor y la muerte”, tal como lo señaló Cecilia, otra de las hijas? ¿O tal vez el hecho de que la prolífica estirpe del hombre con el cual se ensañaron hasta la –primitiva, tribal– decapitación, se les haya escapado, multiplicado y sobrevivido?
Tal parece que ése es el terrible, insoportable panorama para los represores: el de una familia repleta de hombres y mujeres jóvenes que no olvidan, señalan y reclaman justicia. Como tantas otras familias diezmadas que nunca se rindieron y siguen de pie.

lunes, 26 de agosto de 2013

Mi pueblo



Unquillo cumple cien años.
Yo llevo 14 en él y no puedo no sentirlo como mio. 
Para él este pequeño poema.




                                        a Unquillo


Mi pueblo no sabe que lo elijo.

Que todos los días cuando despierto
lo escucho rumoreando entre los árboles.

Mi pueblo no sabe que es mi pueblo.
Cuando lo sorprendo a orillas de la ruta
él me mira y no sabe que lo elijo.

En invierno el humo construye senderos
en recuerdo del fuego
y yo lo elijo,
a sabiendas que él no sabe
y que uno es apenas ese otro que vino herido
a pisar la tierra
a escuchar el canto
a mirar el cielo.

Mi pueblo no sabe que lo elijo,
y pese a eso
siento
que aquí en esta tierra
he trazado con los pies descalzos
la línea que separa de mí todo tiempo.

Gonzalo Vaca Narvaja

del libro Inequidad de la noche

martes, 16 de julio de 2013

Rosa China

La rosa china



Ya nadie muere de amor,
de pena sí, como el árbol.
De soledad y de miedos
se inclinan las ojos
como un niño
frente a un río seco.

Ya nadie muere de amor
¿quién podría pensar en ello?

En la ventana de mi cuarto
vive una rosa china
de amarillas flores
y verdes hojas,
la miro deteniendo mi caída
en la inocencia de un vértigo.

Sus hojas no hieren ni lastiman,
contemplan un ciclo
tan breves y silenciosas.

Ya nadie muere de de amor
me dicen las hojas.
Nadie.
Solo la brevedad de un sueño
y esta rosa
cuyo nombre me destierra,
ha venido a morir por mí
con toda su hermosura.



Gonzalo Vaca Narvaja

sábado, 15 de junio de 2013

"Vas a tener que hablar",del libro El beso de Claudia, Año 2007.

VAS A TENER QUE HABLAR



La vieja casona de la Calle Alabama fue nuestro 2ª hogar. En ella nos reuníamos, nos encontrábamos. En ella aprendíamos a conocernos y a hacer más llevadero el exilio con todo lo que ello suponía. En ella velamos a Norma una ex-presa recién llegada y a el guri más chico de Yiya muertos en un accidente llegando a las costas de México.





Otoño del 1977.


Habita un tiempo efímero y desmesurado.

La ciudad se adormece.
Una lluvia tenue persiste en ese lado del mundo:  
México.
Un entramado de silencios viene con el agua. Hay levedad del paisaje y pesadez en el frío.

Pienso la posibilidad de cierta ingravidez humana ascendiendo con el humo del tabaco, tal vez el alma 20 veces por día.
Detesto eso.
Los zapatos se humedecen y las medias que enfrían los pies informan acerca del tiempo.
Un tiempo extraño.
La desesperación se vuelve lluvia. Lluvia que choca y se estrella sobre los viejos cristales de la casa de Alabama donde todo es silencio y percepción de muerte.

El enojo se hace presente y se aloja en los ojos humedecidos y en los restos de un derrumbe.

La muerte habita un tiempo desnudo y visible en el aliento pestilente y brutal.
 Morir en el exilio.

Deambula por habitaciones, reconoce rostros, extiende manos y sus labios rozan las mejillas reconociendo la presencia de perfumes que se pierden en la vieja casona de Alabama.

En estos 10000 kilómetros intuye un abismo.

Vas a tener que hablar, dice Julio.

Y el asentimiento de su rostro es leve e impreciso.
Hubo momentos de lucidez, en ellos habitaba mundos paralelos donde los pasos se superponían sobre otros pasos y las camas en que dormía y amaba eran también las camas de otros cuerpos que dormían y amaban desde otras vidas al mismo tiempo en universos paralelos, compartiendo el espacio.

Vas a tener que hablar.

¿Y de qué? se preguntaba mirando el cristal mojado por la lluvia.
Hay márgenes y siluetas que se extienden contra la pared formas/velos/túnicas que de un modo modifican la realidad.

Las estadísticas del exilio eran simples: de tres argentinos, tres cargaban una ausencia y un desaparecido. Mal presagio.
Por eso era bueno no juntarse mucho.
Mejor evitarlo.

Verónica consigue hablar por teléfono y de esa conversación hubo un solo resultado: el llanto.

Hay un sendero invisible para transitar solo.

Uno tras otro pasamos y al pasar nos miramos.

Aún no cae e muro de Berlín y la Perestroika no certifica el fracaso de la burocracia rusa.
Se combate en las selvas nicaragüenses llevándose a sus mejores amigos y las ballenas siguen varadas en las playas del mundo


II



Las horas avanzaban y lastiman.
En un acto absurdo le guiña un ojo a Verónica que está en la cocina.
Ella lo mira y sonríe, no hay espacio para otras intenciones.
La lluvia disminuye su intensidad. Abre la ventana. El cigarrillo lo regresa al alma donde las ventanas lo predisponen.
-¿Qué pasa?  
-Nada. Fumo.
Y cuando estaba por extenderse en una respuesta más larga el rostro de su interlocutor lo paraliza.
Julio es un hombre mayor responsable de la casa de Alabama. Un viejo de la resistencia peronista y una vida dedicada a luchar contra la oligarquía. Tiene el rostro desencajado.
Vas a tener que hablar dice insistente, e inmediatamente se esfuma entre los pasillos como si fuese un fantasma.
Imagina la vida con música de tango.

“…sobre el embaldosado húmedo
de una calle perdida
mi sombra se pierde
de estar emputecida…”

Apura el Coñac con sensación de algo dulce y quemante en su garganta. Percibe más gente y en esa percepción alivia la sensación anterior.
Adivina a Verónica.
Sus formas dan sentido a la mirada. Son voluptuosas, firmes y alcanzan para encender la imaginación más allá del rumbo que lo convoca, tiene la imagen de un Julio hablándole e inmediatamente yéndose de espaldas desencajado.
A veces las personas no entran en las fotos.
«No deberían»
Un  pasillo largo, una ventana azul donde las gotas de lluvia se deslizan sobre el cristal.
Del pasillo fotografiado descienden las escaleras hacia la sala.   
Saluda e intenta evitar algún cruce extenso de palabras. Delante de él Julio habla y susurra. Todos susurran.
Verónica viene hacia él.
Después de mirarla le tiemblan las rodillas.
-«¿Qué vas a decir?»
-No sé, responde desilusionado… podría hablar sobre del uso de los destornilladores para comer fideos y tallarines…  pero ella no está.

Al medio del espacio de la Casa de Alabama dos cajas cerradas. Dos caras ocultas y un mismo gesto.
El mundo es un murmullo insoportable.
…Qué la revolución de acá, que la revolución de allá, que cuándo fué, que cómo sucedió, que la vieron asomada al vidrio, que mejor de esa manera y de esa forma.
Norma llega a México unos meses atrás. Detenida sin causa. La dictadura le otorga la opción de salir del país. Antes que ello sucediera había pasado por distintos campos de concentración hasta lograr su legalización por aquellas cosas misteriosas de la vida. Él la recibió ubicándola en una de las casas disponibles donde la cobijaron con solidaridad y amor. Los que llegaban a México lo hacían con miedo.
Su meta era conocer el mar.
Cada paso hacia la puerta era un paso en medio de una frase hiriente desmesurada e inútil, y ella se volvía cada vez más lejana y el picaporte inalcanzable a la mano que lo buscaba, y finalmente el espacio se abría y se cerraba detrás, clausurando las voces, las palabras y los murmullos al aire fresco y libre de una noche lluviosa hacia un cielo que jamás sería suyo.

Ahogo resentimiento y pena. Se colocan los ingredientes en una olla se fríen apenas con algunas fotos viejas saltándolas con nombres imposibles y cartas no enviadas. Se deja reposar el tiempo necesario para que duren los vapores y se sirve sobre una mesa vacía y seca.

Lo arropa el frío.
-¿Qué haces? pregunta Verónica  y cuando su voz se pega a sus pechos a sus nalgas a su corazón, vuelve a alejarse de la murmuración interna y la abraza como si nunca la hubiese visto, o como se abrazan los que se reencuentran después de tanto tiempo.
-¿y…?
-¿ eeehh….? Qué me dice
Y en ese «qué» la realidad despega como un cohete hacia a región de los deseos que nuevamente regresan a su base lunar. Nada, dice, y aunque tiene la sensación de otra derrota, sus labios secos comienzan a caminar uno al lado del otro en silencio.
¿Vos crees que alguna vez volveremos?
-Y sí, contesta como si hablara del tiempo -como si supiera lo que es el tiempo-. Pero no lo sabe.
-¿Y si los deseos se cumplieran? dice.
-¿Qué? le contesta.
-Sí, como que yo soy el actor español y vos Camila y en realidad decidimos que el que se vaya a la mierda sea la realidad.
-¿No te entiendo?
-Lo que quiero es amarte, tenerte por un segundo desnuda en un lugar suave sentirte y estremecerme, pero ella se ha ido, como siempre lo hace.

En el vértice que da inicio a la escalera hay un hombre sombrío. Es flaco y aunque no puede ver su rostro lo intuye con un gesto ausente y frio, como un tanguero de principios de siglo apoyado contra la pared que da a la pista de baile, sabe que en la cintura guarda un cuchillo con la memoria de la sangre.
         Se siente mirado, nadie se detiene frente a él, nadie lo mira y sin embargo su sola presencia perfora el aire gélido de la noche. Frente a él los dos cajones permanecen cerrados. La imaginación no alcanza a conformar la imagen de los que yacen adentro. Nada los alcanza.
Una pareja de baile se lanza al espacio entre los féretros, la música reconoce al bandoneón y la guitarra, como si el baile fuese lo único que sostuviera la realidad. La pareja se desplaza apretando los cuerpos. Ella dispuesta a caerse y levantarse en el último instante, y él con sus ojos unidos a la mirada de ella. El hombre parece sacudirse entre la sombras presentes en la sala.



III



Horario crítico. El recuerdo del negro Hugo en la memoria. Un negro grandote, inteligente y sensible. Rara mezcla para un ex infante de marina devenido montonero.
¡Negro de mierda! piensa en voz alta y los que escuchan lo miran creyendo que su maldición los alcanza. El negro no se aguantó el exilio, ni las oscuras reuniones, ni le bastó trabajar en la horrorosa transcripción de cuanta denuncia de tortura saliera merced a los pocos sobrevivientes. No. La revolución es universal decía, y él lo miraba sin entender entonces porqué no dejaba de pensar en su país.
Imposible decía el negro. Ya lo dijo el “Che”, el militante es militante siempre y en todo lugar y lo justo es justo aquí y en la china, y lo injusto igual y todo relacionado con todo y su obsesión al menos por esa noche con Verónica tendría su correlato en todo país en donde existiera una mujer llamada como ella. Algo así como un efecto masivo.
La cabeza esta sobre los hombros. Una infinidad de perfumes dan vueltas en el aire. El embaldosado brilla y el picaporte de la puerta que abre es de bronce y el colchón en que se recuesta  suave y manso como los ojos claros oscuros del mundo.
El negro cae en el Salvador, Juanita  su compañera, ya lo había hecho en Nicaragua y para peor viva. Le  hubiera dicho al negro, si lo hubiese buscado, si lo hubiera encontrado, pero él supo de eso, porque su amor a Juanita no era universal  ni internacionalista, era a ella  y por eso siguió peleando después en el Salvador, buscando la salvación final que llegó con su propia muerte la que buscó desesperadamente en cada combate.



IV



¿Cuántos países existen en cada país?



V



La sensación de permanecer afuera es constante. No por lo evidente de ser exiliados, ex presos, militantes o intelectuales, sino porque antes de todo eso -de esa historia-  ya estaban, percibían y permanecían en un afuera del mundo sobre un territorio desconocido para la propia extensión del cuerpo.
Por primera vez la casa de Alabama se le representaba como un espacio peligroso.
Uno permanece adentro de algo cuando el vaso de cristal está dado vuelta. Alabama era eso, en murmullo de voces ausentes que no alcanzaban a entrelazarse en algún diálogo inclusivo. Fragmentos de cristal.
El vaso se rompe. Una cortina de vidrios agita el cuerpo con algunos sonidos propios.
Cuando la abrazó por última vez sintió felicidad. Estaba seguro que en ella el deseo de conocer el mar por primera vez se cumpliría. Aunque fue otro mar. Ese mismo que albergara a tantos cuerpos náufragos diluidos alrededor del mundo.



VII



Sofía le cuenta una película. Ella también es adolescente como su hermana Verónica. Mientras le habla de «2001 Odisea del espacio» él ve lo obvio.
Piensa que debería existir algún lugar donde se guarden los recuerdos,  algo así como un depósito o almacén de pérdidas, en donde pudiera ir dejando cada uno de ellos.
Y los monos golpeaban rectángulos misteriosos”
»¿Dónde guardo éste?»
Allí, al lado de mi padre, a la derecha de mi hermano, más allá de mis primos, si, si, próximo a mi amigo Diego, no... no, más cerca de compañeros secundarios, justo allí al lado del Hugo, del oveja y de tantos más.

El hombre sombrío baila detrás de Claudia, contradiciendo su aire de matón de siglo y de tanguero con  movimientos  leves y precisos.



VIII



El aire de Alabama comienza a enrarecerse y si el sol no apareciese sucumbiría entre las sombras.
Es la hora del mate, de la extraña infusión que aprendió a querer desde niño y a compartir entre amigos. El mate era uno de los aspectos centrales del ser argentino, uruguayo o paraguayo.
¿Estás celosa?
¿Porqué…?
Y… porque hablé con tu hermana.
Sos medio pavo, vos.
Y minutos después la vio abrazarse a un flaco. Los monos entonces intentaron romper los monolitos…
En el otro extremo de la casa Julio cabeceaba. 
«Vas a tener que hablar»
Cerró los ojos.
Frente a él se abría una pradera verde con flores amarillas y entre las mismas veía a todos, y más allá un mar turquesa se multiplicaba en una superficie interminable.
A esas horas los espectros habían disminuido, quizás hubiesen regresado a los rincones de los que habían salido.
Se acercó a las dos cajas.
«Equivocamos el tiempo, el lugar, la gente, el país, nos equivocamos y como lo demandaría la historia luego vivida, nuestro problema éramos nosotros mismos. Lo que no podía olvidar era la mano de Diego y la mía, ambas contra el vidrio de los autos, ambas cruzándose por última vez en sentido opuesto. Uno yéndose del país, otro siendo secuestrado tiempo después. Su mano contra el vidrio como la suya ahora contra el vidrio de la ventana de Alabama, dejaba apenas la huella de un adolescente más, sin poder expresar su potencialidad, ni andar como solía hacerlo al jugar al rugby buscando la banderita de anotación.
El mundo se conmueve.
Bajo sus pies un pedazo de tierra lo sostiene.

Adolescente en territorio adulto.
Luego, cambiaría por adulto adolescente.



IX



Tenía que hablar.
Ya no le importaba demasiado, a decir verdad, trasladaba la frustración con Verónica a su frustración por escapar.
No hay lugar. No hay donde y nunca lo habría.
Se deambula alrededor de la tierra como las hormigas alrededor de la casa. Nada más que eso.

¿Se despierta?
Y bastó escuchar esta frase para saber que quién la decía estaba por abordar la nave. Los viejos monolitos enfurecían a los monos.
El cielo tomaba un aspecto más liviano, la claridad ayudaba que de a poco la noche sepultara las sombras y las personas fueran retomando su aspecto humano.
Verónica lo buscó con los ojos. El Juego y la magia habían desaparecido con la noche.
Encendió el primer cigarrillo de aquel día, caminó lento a través de los pasillos hasta el comedor sin seguir el círculo necesario que tomaba la gente alrededor de los féretros.
No podía dejar de pensarlos dentro.
Las facciones de sus rostros habían comenzado a deshacerse de la memoria.

¿Cómo hablar de algo que no está?

«¿De qué hablamos la mayor parte del tiempo?»
Julio parecía más viejo que de costumbre.
Hay personas que envejecen con el día.
No voy a poder, le dijo. No tengo qué decir.
Lo miró.
¡Vamos! no te pido un discurso. Solo un par de palabras que alivien el dolor.
¿Se puede aliviar cuando estamos atravesados por el? ¿Cómo hago para inventar palabras?... Si me esperas un par de años… cuando haya distancia seguramente estaré en condiciones.
Si no lo haces nadie lo hará. Fuiste el último responsable de Norma y como tal….
Estoy cansado ¿qué explicación se puede dar cuando la muerte se lleva todo, desde Norma a un niño pequeño por un hijo de puta ebrio?
Así es el mundo.
Pero estoy cansado de que todo sea así. El mundo debe ser un poco más compasivo de lo que es.


No podía huir, no había donde. El momento se acercaba y conforme eso sucedía intuía un rostro que se iba contrayendo una y otra vez como las piedras.
Quizás fuese eso. Decir lo importante acerca de las piedras: que los hombres son como piedras. Que salvo volar, las piedras hacen cualquier cosa, permanecer inmóviles a orillas del río, o rodar por la montaña, y que hay más piedras que estrellas, y que servimos para cazar, para ser instrumentos, que todo sirve para todo, y todo en estos lejanos lugares es una mierda redonda como el planeta que también es una piedra.
Con la claridad las nubes persisten.
Todos de un modo u otro se mueven impulsados por vaya a saber qué fuerzas extrañas.
Y hay que estar preparado, izar las velas aprovechando los últimos vientos, recorrer el horizonte, intuyendo que en cualquier momento una línea pequeña dibujará una geografía distinta.
¿Quién sabe?.
Lo que viene es parte de un gran misterio.
Lo son las cosas presentes que penden invariablemente de un hilo con una fragilidad tangible y cierta.
Y que las cosas que más ansiamos pueden ser siempre las últimas. ¿Pero quién podrá entender esto? ¿Desde qué lugar del silencio alguien sería capaz de mirar más allá de las palabras? Si estamos construidos de ellas, y ellas nos cercan como un ejército en un sitio permanente de sentidos, esperando que nuestra fortaleza caiga y se precipiten los muros hechos polvo, construidos de humo y que por un momento sea la desnudez la que reine y sea la humedad próxima y las lágrimas la que canten.
La lluvia es fina y persistente.
Se va hacia las cosas porque ellas demandan múltiples palabras.

«Se que me estoy despidiendo de ellos: de los inocentes, de los mansos, de los rebeldes, de los que siempre entrarán a cualquier reino que no sea éste del que son expulsados; porque ellos ya vieron el mar antes de conocerlo».
«Me resta esperar la detención final; que bajen dos cajones, uno mayor y otro menor bajo la superficie de la tierra».
«Y esperar a que todos se detengan pacientemente sobre mi, para que pueda hablar de ellos, colocando un barquito de papel sobre la orilla de un mar extraño con sus nombres como tripulantes».
Ahora si lo sé...
Sé que voy a hablar cuando la noche termine y se disipe.
Y hablaré de ellos, de nosotros, de todos...


Gonzalo Vaca Narvaja