viernes, 8 de noviembre de 2019

Habitaciones ocupadas de la calle Roma



I



Cuando te besé me acerqué a los placeres de Dionisio.
En tu pubis navegamos la tormenta,
donde una y otra vez la persiana marcaba el ritmo
en la cabalgadura extrema de Diana domando el río.
Hubiera repetido la escena hasta el cansancio
…y así me disolví,
sencillo
dócil y sin fuerza.
Me caí al lado de la sombra
tan desnudo de ella
como ella de mi,
con la piel
buscando su carnadura
por las hendijas donde nos espió la vida.




II




Me esperaba desnuda
entre las fotos de casada en la repisa,
sobre la cama de su madre
y los remedios de otro cuerpo.
Me esperaba
con su piel trigueña,
para enseñarme en el aire
a remontar barriletes
y deslizar mis sueños
en la humedad cálida de su vientre.
Me esperaba desnuda cuando su madre iba de compras
al mercado, al mediodía.
Teníamos dos horas
y la eternidad haciéndonos cosquillas.



III





A veces en su auto saciábamos la sed de nuestros días
empañando de susurros los vidrios.
Los cuerpos se lanzaban al encuentro
con la pasión de lo prohibido.
Éramos sin más un silbido
sobre una calle dormida.
Un giro en la esquina
con las balizas encendidas.


IV



Cuando terminaba la hora del almuerzo
se tejían en los vidrios las cortinas
y las luces se volvían rojas.
La fonola de la esquina, al lado del baño
soplaba vapores de voces románticas
y uno que otro bolero con sabor a tequila y mezcal
se mezclaba en mi garganta.
Ella sobre mis piernas me pedía que le hablara a su oído
mientras media el universo.
Yo quería que me contara su vida.
Buscábamos acomodar las distancias
para que la magia siguiera hasta la calle.
Era su objeto y su tesoro
y ninguna de las otras diosas
se acercaban a mi cuerpo
por el temor de ser convertidas en sal
entre las mesas.



V



En la desmesura de la cerveza y el mezcal
una a una fuimos besando las estrellas
bajo la nube gris del smog
entre calles con olor a pescado
probando en los zaguanes
y en la viejas escaleras
las certezas de lo inútil
hasta que un viejo hotel nos albergó
en la terraza
con la ropa tendida
destapando la madrugada.
Fue largo el jadeo
breve el sueño
y extenso el olvido.



VI



Nunca entendí porque escribió mi nombre,
corto mi foto,
y con chinches y sangre la pegó en la pared de su living
para regocijo de otros fantasmas.
En aquellos tiempos escribía poemas,
cantaba villancicos en las escuelas,
pisaba sobre hojas secas
una que otra secuencia de humo y hierbas,
un tinto y una guitarra
siempre pensando en ella.
Quizás se haya tratado de un hechizo
de una manera de sujetar un nombre,
hundir una nave
o exorcizar los dientes.

¿Quíen lo sabe?
en las paredes de viejos edificios
hay lugares
que guardan recuerdos.



VII




Nada de lo que allí circundaba era nuestro,
la habitación amueblaba
había perdido a su dueño.
Impersonal,
gótica,
también oscura.
Tallamos en la madera nuestros nombres
para que alguien supiera
que no dejaríamos el mundo sin pelea,
y que el placer llenaría siempre
nuestras velas.





                                                                                                        Gonzalo Vaca Narvaja

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